Decía uno de nuestros filósofos más reconocidos, Don José Ortega y Gasset, que la decadencia en España formaba parte de su urdimbre, era inherente a su sustancia, creo que lo decía en “La España Invertebrada”. Ciertamente ha sido así a lo largo de muchos siglos, y es que la patria nuestra se deja cocinar mal.
Don Miguel de Unamuno prefería atribuir a nuestra quijotesca idiosincrasia los problemas que acontecían para definir una identidad homogénea, quizás porque lo único que se puede delimitar en nuestro país de forma homogénea sea su heterogeneidad.
Jovellanos, al igual que Francisco Giner de los Ríos hizo años después, consideró que el mayor problema de nuestro país era la ignorancia, o mejor dicho el abismo que separa una élite intelectual extraordinariamente culta de una masa popular extravagantemente analfabeta. Ambos trataron a su manera de corregir el abismo insoportable del que provienen las Dos Españas, la que se aferra a la tradición y la que abjura de ella, en una dialéctica imposible. La indolencia del pueblo, la insolencia de los privilegiados, la síntesis imposible entre ambas, ha impedido un desarrollo uniforme de algo parecido a una conciencia nacional
Don Américo Castro consideraba que el entramado del que provenía nuestra indefinición era precisamente el haber sido frontera occidental de Europa a las influencias orientales que trajeron judíos y musulmanes a nuestra tierra. Por eso el catolicismo en nuestro país se hizo anatomía y no sólo fisiología, para ser la barrera sur a la invasión europea de las culturas no occidentales. Sin embargo, Don Claudio Sánchez Albornoz nos ofrecía una alternativa diferente, que comparto, la de que España proviene de una mezcla singular de las tres grandes religiones monoteístas, algo que no se produjo en ningún otro lugar del mundo. La hipótesis de Américo Castro, en mi opinión, es sobrevenida pues explica lo ocurrido tras la expulsión-conversión de los judíos y la toma del Reino de Granada por los Reyes Católicos. Don Salvador de Madariaga ofrecía para comprender nuestra extravagante dualidad una síntesis imposible entre la jerarquía y la anarquía, porque ni una, ni otra pueden reducirse a su opuesta.
Decadencia, quijotismo, ignorancia, frontera y mezcla cultural, anarquía y jerarquía, son algunos de los elementos que de forma no exhaustiva pueden definir la idiosincrasia española. Hay muchas otras características como la pasión sobre la razón, el orgullo sobre la humildad, la ira sobre la tolerancia, la envidia, la soberbia, la pereza, la improvisación, o el tedio, que también nos definen.
Pero quizás la impasibilidad política de los ciudadanos sea la característica patognomónica de nuestra triste coyuntura. El arcano que guía nuestro destino es la imposibilidad de determinación, parece que alguien nos ha condenado a vagar por el tiempo sin definirnos, porque no hay ninguna definición que nos pueda incluir satisfactoriamente a todos, quizás porque en el fondo no queramos definirnos. España es patria de indefinidos, porque al contrario que ocurre en naciones similares, no todos los nacidos en España se consideran españoles, hay vascos, gallegos y catalanes que se consideran no españoles, evidentemente son minoría, pero se consideran con derecho a no ser definidos como españoles.
Decía el propio Macià que los catalanes no tenían ningún problema con los españoles, sino con los políticos españoles que habían tratado de forma miserable a Cataluña; el general López Ochoa, un catalán que se consideraba español, confirmaba sus palabras y atribuía a la intempestiva injerencia del dictador Primo de Rivera, junto a la abominación del Rey Alfonso XIII por las autonomías en su reino, la inquina que nos condujo al desastre de un conflicto bélico entre españoles. La guerra civil y la dictadura de Franco tampoco contribuyeron a resolver el problema de los separatismos vasco y catalán, en menor medida el gallego, navarro, balear, valenciano, andaluz o canario, que también existen, sino más bien a agravarlos.
Sin embargo desde la antropología se puede resolver el problema de forma objetiva, porque cada uno puede sentirse lo que quiera, pero no por ello debe ser considerado diferente. Si hay algo que compartimos los españoles por encima del idioma, la historia, la economía o la política, es sin duda la cultura. España es un mosaico de culturas, que comparten mucho más de lo que disienten. Está claro que hay en la cultura española –me atrevo a denominarla civilización- un componente nomotético, común, extraordinariamente mayor que la idiografía particular de cada comunidad. No hay ninguna comunidad en España que sea más diferente que las demás, porque todas tienen su propia historia, y su forma particular de interpretar su hispanidad, en un amplio abanico de posibilidades, con la excepción de algunos extremistas, tanto en su interés de segregación como en su interés de cohesión absoluta, que no superan dos o tres desviaciones típicas, de la distribución normal de la población española, es decir menos de un 10 % de los españoles. Pero el 90 % de los españoles estamos de acuerdo en seguir siendo españoles, y prácticamente el 100 % aprobaríamos ser europeos.
¿Por qué un problema que afecta como mucho al 10 % de los españoles que quieren ser otra cosa distinta, condiciona y distorsiona la convivencia del 90 % restante que acepta su condición hispana sin grandes problemas?.
¿Se piensan ustedes que si un 10 % de españoles quisieran un Estado fascista o comunista serían igualmente atendidos?. ¿Se piensan ustedes que si un 10 % de los españoles quisieran crear un Estado teocrático, cristiano o musulmán, serían igualmente atendidos?. Seguramente no, si vivimos en una democracia algo que el 90 % de la población aprueba, aunque el 10 % lo rechace, no puede generar ningún problema político.
El problema que tenemos los españoles no proviene de nuestras diferencias sociales insalvables, ni de nuestra falta de homogeneidad cultural, ni de idiosincrasias extraordinarias. Esa disgregación artificiosa forma parte del imaginario político sobrealzado mitológicamente sobre la impasibilidad de los ciudadanos, desconocedores de su realidad soberana como españoles.
Los problemas de identidad que hoy se viven en España son una consecuencia de la administración política de la distorsión y el conflicto, que permite a los políticos mantenerse en una actitud irresponsable sobre los problemas reales de los españoles que son la crisis económica, el paro, la corrupción, la ausencia de democracia, la injusticia, la desigualdad, la opresión, o el engaño continuado sobre nuestra situación real, que los medios de comunicación se encargan de ocultar bajo referendums de juguete y conflictos demagógicos.
El único problema que tenemos los españoles es que mientras estemos ocupados en definir nuestra identidad, hay una ingente legión de aprovechados en la política y sus ramificaciones sociales que viven magníficamente a costa de todos los demás, sin cumplir con su trabajo que es traernos bienestar y progreso. Los ciudadanos españoles llevamos más de un siglo debatiendo nuestra identidad, porque a los políticos les interesa que no se acabe de definir y determinar, así pueden seguir robando, haciendo lo que les dé la gana y sin rendir cuentas a nadie. Porque en otros países, en los que no hay problemas de identidad, tienen que rendir cuentas de forma exhaustiva sobre sus hazañas, pero en España no, porque los políticos viven en plena irresponsabilidad e impunidad.
El precio que pagamos los ciudadanos de este país por no estar claramente definidos, es el de tener que mantener a un millón de sinvergüenzas que no rinden cuentas ni a dios, ni al diablo, ni por supuesto a los ciudadanos españoles, que les eligen para resolver sus problemas, cuando en realidad son los más interesados en que no se resuelvan. Es una maldición ancestral, la que sufrimos en este país, porque los poderosos, desde que fueron apeados del poder en 1812 por los Padres de nuestra Patria, se han alíado entre sí durante doscientos años para seguir manejando el poder a su antojo, mientras excluían al pueblo soberano de decidir su destino.
No es cierto que España sea una nación imposible, eso es un cuento de los políticos para seguir subvirtiendo el orden establecido en todas las Constituciones que el pueblo español se ha concedido desde su soberanía. El único problema que tenemos los españoles es que somos una nación impasible, ante la usurpación política de los que se afanan en representarnos. Porque los políticos de este país y a lo largo de generaciones se han convertido en una casta feudal que ha impedido que el pueblo español sea dueño de su propio destino.
El único problema político que hay en España es precisamente que los políticos siempre han decidido representar sus propios intereses en su beneficio, antes que los intereses de los españoles. Ese cinturón de hierro de la oligarquía política es el yugo que este pueblo no puede seguir soportando, porque ha llegado la hora de romperlo sobres sus espaldas, porque nunca medraron los bueyes en los páramos de España como dijo con extraordinario acierto Miguel Hernández.
Mientras los españoles sigamos impasibles, España seguirá siendo imposible y los políticos serán los señores feudales de un pueblo de siervos oprimido, como en la Edad Media. La domesticación-civilización de los depredadores que dicen representarnos es la única solución a nuestros problemas, no hay otra, o lo hacemos ahora, o acabarán con todo lo que somos, y no queda demasiado tiempo. Mientras no seamos capaces de que la Ley esté por encima de los políticos, como está por encima de los ciudadanos, este país no podra vivir en paz, ni progresar serenamente.
Enrique Suárez Retuerta
Un ciudadano español que no renuncia a su soberanía
Don Miguel de Unamuno prefería atribuir a nuestra quijotesca idiosincrasia los problemas que acontecían para definir una identidad homogénea, quizás porque lo único que se puede delimitar en nuestro país de forma homogénea sea su heterogeneidad.
Jovellanos, al igual que Francisco Giner de los Ríos hizo años después, consideró que el mayor problema de nuestro país era la ignorancia, o mejor dicho el abismo que separa una élite intelectual extraordinariamente culta de una masa popular extravagantemente analfabeta. Ambos trataron a su manera de corregir el abismo insoportable del que provienen las Dos Españas, la que se aferra a la tradición y la que abjura de ella, en una dialéctica imposible. La indolencia del pueblo, la insolencia de los privilegiados, la síntesis imposible entre ambas, ha impedido un desarrollo uniforme de algo parecido a una conciencia nacional
Don Américo Castro consideraba que el entramado del que provenía nuestra indefinición era precisamente el haber sido frontera occidental de Europa a las influencias orientales que trajeron judíos y musulmanes a nuestra tierra. Por eso el catolicismo en nuestro país se hizo anatomía y no sólo fisiología, para ser la barrera sur a la invasión europea de las culturas no occidentales. Sin embargo, Don Claudio Sánchez Albornoz nos ofrecía una alternativa diferente, que comparto, la de que España proviene de una mezcla singular de las tres grandes religiones monoteístas, algo que no se produjo en ningún otro lugar del mundo. La hipótesis de Américo Castro, en mi opinión, es sobrevenida pues explica lo ocurrido tras la expulsión-conversión de los judíos y la toma del Reino de Granada por los Reyes Católicos. Don Salvador de Madariaga ofrecía para comprender nuestra extravagante dualidad una síntesis imposible entre la jerarquía y la anarquía, porque ni una, ni otra pueden reducirse a su opuesta.
Decadencia, quijotismo, ignorancia, frontera y mezcla cultural, anarquía y jerarquía, son algunos de los elementos que de forma no exhaustiva pueden definir la idiosincrasia española. Hay muchas otras características como la pasión sobre la razón, el orgullo sobre la humildad, la ira sobre la tolerancia, la envidia, la soberbia, la pereza, la improvisación, o el tedio, que también nos definen.
Pero quizás la impasibilidad política de los ciudadanos sea la característica patognomónica de nuestra triste coyuntura. El arcano que guía nuestro destino es la imposibilidad de determinación, parece que alguien nos ha condenado a vagar por el tiempo sin definirnos, porque no hay ninguna definición que nos pueda incluir satisfactoriamente a todos, quizás porque en el fondo no queramos definirnos. España es patria de indefinidos, porque al contrario que ocurre en naciones similares, no todos los nacidos en España se consideran españoles, hay vascos, gallegos y catalanes que se consideran no españoles, evidentemente son minoría, pero se consideran con derecho a no ser definidos como españoles.
Decía el propio Macià que los catalanes no tenían ningún problema con los españoles, sino con los políticos españoles que habían tratado de forma miserable a Cataluña; el general López Ochoa, un catalán que se consideraba español, confirmaba sus palabras y atribuía a la intempestiva injerencia del dictador Primo de Rivera, junto a la abominación del Rey Alfonso XIII por las autonomías en su reino, la inquina que nos condujo al desastre de un conflicto bélico entre españoles. La guerra civil y la dictadura de Franco tampoco contribuyeron a resolver el problema de los separatismos vasco y catalán, en menor medida el gallego, navarro, balear, valenciano, andaluz o canario, que también existen, sino más bien a agravarlos.
Sin embargo desde la antropología se puede resolver el problema de forma objetiva, porque cada uno puede sentirse lo que quiera, pero no por ello debe ser considerado diferente. Si hay algo que compartimos los españoles por encima del idioma, la historia, la economía o la política, es sin duda la cultura. España es un mosaico de culturas, que comparten mucho más de lo que disienten. Está claro que hay en la cultura española –me atrevo a denominarla civilización- un componente nomotético, común, extraordinariamente mayor que la idiografía particular de cada comunidad. No hay ninguna comunidad en España que sea más diferente que las demás, porque todas tienen su propia historia, y su forma particular de interpretar su hispanidad, en un amplio abanico de posibilidades, con la excepción de algunos extremistas, tanto en su interés de segregación como en su interés de cohesión absoluta, que no superan dos o tres desviaciones típicas, de la distribución normal de la población española, es decir menos de un 10 % de los españoles. Pero el 90 % de los españoles estamos de acuerdo en seguir siendo españoles, y prácticamente el 100 % aprobaríamos ser europeos.
¿Por qué un problema que afecta como mucho al 10 % de los españoles que quieren ser otra cosa distinta, condiciona y distorsiona la convivencia del 90 % restante que acepta su condición hispana sin grandes problemas?.
¿Se piensan ustedes que si un 10 % de españoles quisieran un Estado fascista o comunista serían igualmente atendidos?. ¿Se piensan ustedes que si un 10 % de los españoles quisieran crear un Estado teocrático, cristiano o musulmán, serían igualmente atendidos?. Seguramente no, si vivimos en una democracia algo que el 90 % de la población aprueba, aunque el 10 % lo rechace, no puede generar ningún problema político.
El problema que tenemos los españoles no proviene de nuestras diferencias sociales insalvables, ni de nuestra falta de homogeneidad cultural, ni de idiosincrasias extraordinarias. Esa disgregación artificiosa forma parte del imaginario político sobrealzado mitológicamente sobre la impasibilidad de los ciudadanos, desconocedores de su realidad soberana como españoles.
Los problemas de identidad que hoy se viven en España son una consecuencia de la administración política de la distorsión y el conflicto, que permite a los políticos mantenerse en una actitud irresponsable sobre los problemas reales de los españoles que son la crisis económica, el paro, la corrupción, la ausencia de democracia, la injusticia, la desigualdad, la opresión, o el engaño continuado sobre nuestra situación real, que los medios de comunicación se encargan de ocultar bajo referendums de juguete y conflictos demagógicos.
El único problema que tenemos los españoles es que mientras estemos ocupados en definir nuestra identidad, hay una ingente legión de aprovechados en la política y sus ramificaciones sociales que viven magníficamente a costa de todos los demás, sin cumplir con su trabajo que es traernos bienestar y progreso. Los ciudadanos españoles llevamos más de un siglo debatiendo nuestra identidad, porque a los políticos les interesa que no se acabe de definir y determinar, así pueden seguir robando, haciendo lo que les dé la gana y sin rendir cuentas a nadie. Porque en otros países, en los que no hay problemas de identidad, tienen que rendir cuentas de forma exhaustiva sobre sus hazañas, pero en España no, porque los políticos viven en plena irresponsabilidad e impunidad.
El precio que pagamos los ciudadanos de este país por no estar claramente definidos, es el de tener que mantener a un millón de sinvergüenzas que no rinden cuentas ni a dios, ni al diablo, ni por supuesto a los ciudadanos españoles, que les eligen para resolver sus problemas, cuando en realidad son los más interesados en que no se resuelvan. Es una maldición ancestral, la que sufrimos en este país, porque los poderosos, desde que fueron apeados del poder en 1812 por los Padres de nuestra Patria, se han alíado entre sí durante doscientos años para seguir manejando el poder a su antojo, mientras excluían al pueblo soberano de decidir su destino.
No es cierto que España sea una nación imposible, eso es un cuento de los políticos para seguir subvirtiendo el orden establecido en todas las Constituciones que el pueblo español se ha concedido desde su soberanía. El único problema que tenemos los españoles es que somos una nación impasible, ante la usurpación política de los que se afanan en representarnos. Porque los políticos de este país y a lo largo de generaciones se han convertido en una casta feudal que ha impedido que el pueblo español sea dueño de su propio destino.
El único problema político que hay en España es precisamente que los políticos siempre han decidido representar sus propios intereses en su beneficio, antes que los intereses de los españoles. Ese cinturón de hierro de la oligarquía política es el yugo que este pueblo no puede seguir soportando, porque ha llegado la hora de romperlo sobres sus espaldas, porque nunca medraron los bueyes en los páramos de España como dijo con extraordinario acierto Miguel Hernández.
Mientras los españoles sigamos impasibles, España seguirá siendo imposible y los políticos serán los señores feudales de un pueblo de siervos oprimido, como en la Edad Media. La domesticación-civilización de los depredadores que dicen representarnos es la única solución a nuestros problemas, no hay otra, o lo hacemos ahora, o acabarán con todo lo que somos, y no queda demasiado tiempo. Mientras no seamos capaces de que la Ley esté por encima de los políticos, como está por encima de los ciudadanos, este país no podra vivir en paz, ni progresar serenamente.
Enrique Suárez Retuerta
Un ciudadano español que no renuncia a su soberanía
1 comentario:
Gaspar Melchor de Jovellanos: "España no lidia por los Borbones ni por los Fernandos (Juan Carlos o Felipes); lidia por sus propios derechos, derechos originales, sagrados, imprescriptibles, superiores e independientes de toda familia o dinastía. España lidia por su religión, por su Constitución, por sus leyes, por sus costumbres, sus usos; en una palabra, por su libertad".
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