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martes, 5 de diciembre de 2006

El excepcional sentido común de Tom Paine


Thomas Paine, nace en Thetford (Inglaterra), en el año 1737, el hogar que le acoge, estaba formado por un corsetero cuáquero y su mujer anglicana. Durante los primeros años, recibe escasa educación, aunque asiste a la escuela local hasta los 13 años, edad en la que comienza su vida laboral. Fue complementando su aprendizaje por su cuenta, con un profundo amor por el conocimiento, y la libertad mental que este le procuraba.

Trabajó en diversos oficios, sin mayor fortuna, desde hacer manufacturas textiles hasta perseguir contrabandistas. Su ilustración fue autónoma y singular, sin maestros, ni universidades.

Por casualidad conoce a Benjamín Franklin en Inglaterra, y este le convence de las oportunidades que surgen en una sociedad nueva como la norteamericana, para alguien con inquietudes como él, por lo que decide embarcarse en su aventura de ultramar, arribando a Filadelfia en 1774, cuando tenía poco más de cuarenta años.

Para salir adelante, y gracias a las recomendaciones del inventor del pararrayos, se establece como redactor exclusivo (aunque eso sí, con numerosos seudónimos), del Pennsylvania Magazine or American Museum, uno de los primeros periódicos de las colonias.

En los meses siguientes, publica numerosos opúsculos, entre los que destaca: “Esclavitud africana en América”, en los que invita a la comunidad de Filadelfia a la rebeldía y secesión de la Corona británica. Fueron tiempos de exaltación ciudadana, ron y rebeldía.

Al estallar los primeros conatos de protesta de los colonos contra la metrópolis, por los elevados impuestos que requería la Corona, Tom Paine, inicia una furibunda carrera contra el tiempo, realizando una serie de textos en los que desarrolla una impresionante declamación de los valores ciudadanos y en los que incita a sus vecinos a levantarse contra el opresor. Escribe sin darse descanso, en plena locura creadora, manifestando su veneración por la libertad, y un inmenso respeto por la dignidad humana.

De aquel brote de entusiasmo, surge Common Sense” (Sentido Común), la obra fundamental en la formación de opinión de los americanos, que les conduce a la decisión de declarar su independencia ante los británicos.

Era un pequeño panfleto, asequible, populista, sincero, en el que se expresaba que la cuestión esencial no era rechazar los aranceles e impuestos, sino buscar la soberanía plena de la metrópolis, y sustituir el “guante de hierro” del rey, por una república democrática e independiente en las colonias.

SENTIDO COMUN

Cito algunas palabras de J. Brian Phillips, que provienen de su magnífico ensayo “La Revolución de Tom Paine”, cuando nos habla de Sentido Común:

El Gobierno, aún en su mejor estado, es un mal necesario; pero en su peor estado, es intolerable”.

El propósito del gobierno ha de ser garantizar la seguridad de la ciudadanía, es decir, protegiendo sus derechos

Sobre la forma de gobierno que debería adoptar América tras la guerra, considera lo siguiente: "Extraigo mi idea de la forma de gobierno de un principio de la naturaleza ... que cuanto más simple es una cosa, está menos expuesta a ser desordenada, y más fácil es repararla, cuando está desordenada"

A aquellos que urgían la conciliación, por qué Inglaterra era la "madre patria", Paine les contestó: "Incluso los brutos no devoran a sus hijos, ni los salvajes hacen la guerra a sus familias".

Paine, se convierte en el adalid de la Independencia de las colonias, cuando pronuncia la frase crucial: “la autoridad británica sobre este continente, es una forma de gobierno, que tarde o temprano debe llegar a su fin".

Los leales a la Corona, reaccionaron rápidamente contra “Sentido Común”, considerando al panfletista como un ignorante de la historia moderna y del pensamiento político, con una mezquina perspectiva del futuro. Los legales, consideraban que los esclavos negros, los cuáqueros, y otros pacifistas no respaldarían el esfuerzo de la guerra, si esta se iniciaba.

Charles Inglis, por ejemplo, sostenía que la concepción de hombre de Paine es inherente a la bondad, como era la de Rousseau, y que era tan defectuosa como la opinión Hobbesiana, de que sólo la fuerza y la violencia podrían inducir a los hombres a vivir bajo un gobierno.

Por mucho que los continuistas despreciaran a Paine, los partidarios de la Revolución le tenían en su más alto aprecio. John Adams, le llamaría más tarde: "blasfemo insolente de las cosas sagradas, pero defensor de la trascendencia de todo lo que es bueno....".

Los americanos más afortunados, sentían miedo de que las ideas de Paine fueran demasiado democráticas, de que apoyara la redistribución de la riqueza, y el comunismo. Paine, sin embargo, nunca promovió el reparto de la riqueza, al contrario, fue un apasionado partidario del libre mercado.

A pesar de estas críticas, “Sentido Común”, generó una influencia sin precedentes en las mentes de los colonos, y en pocos meses se editaron más de medio millón de copias, que fueron leídas por casi todos sus compatriotas,(sólo 3 millones habitaban las colonias).

Mientras los defensores de la lealtad monárquica le buscaban para ahorcarle en la plaza pública, a los seis meses de la publicación del panfleto, el 4 de julio de 1776, se reunieron en Filadelfia los delegados de las trece colonias sediciosas, y firmaron la Declaración de Independencia. Thomas Jefferson, su principal redactor, había consultado con Tom Paine el texto definitivo.

LA GUERRA DE SECESION

La guerra de emancipación de las colonias duró cinco largos años, en los que Tom Paine siguió sin interrupción su propia revolución personal, arengando a las tropas y los mandos desmoralizados, acompañando a los rebeldes en su conjura, informando de las victorias, endulzando las derrotas, y escribiendo su obra más conocida: "La Crisis Americana", que fue publicada por entregas.

Como reconoció posteriormente George Washington, cuando sus tropas estaban a punto de desertar y aceptar la derrota, llego providencialmente el nuevo panfleto de Paine, y el general obligó a todos sus soldados a escucharlo y reflexionar, lo que les devolvió el ánimo insurgente y la tenacidad suficiente para alcanzar la victoria final.

Cómo nos relata con maestría, Antonio Escohotado , en un comentario al libro de Howard Fast: “El ciudadano Tom Paine”, (que puede leerse completo en nuestra sección de Textos Ciudadanos), “para cuando la guerra concluye, Paine era el hombre más leído de Occidente, y seguía sin un penique. Siempre le pareció incorrecto cobrar derechos de autor que encareciesen el precio de los panfletos y entorpecieran así la difusión de su pensamiento

REGRESO A EUROPA

El siguiente acto decisivo de Paine, tras la independencia norteamericana, fue retornar a Inglaterra, llegando a convencer al primer ministro, William Pitt, de que la declaración de guerra a la Francia revolucionaria, traería una insoportable elevación de impuestos, y miserias para el pueblo, y así evitar el conflicto que posiblemente hubiera acabado con la Revolución Francesa en sus comienzos.

Posteriormente publica otro panfleto, quizás todavía más famoso, “Los derechos del hombre” (1791), que conmocionó de inmediato a los europeos a ambos lados del Canal de la Mancha, pero ésto le ocasiona de nuevo enemistades en la Corte.

Esta obra, dirigida también contra los alegatos de Edmund Burke, que se había opuesto a la Revolución francesa, es posiblemente una de las más importantes obras del librepensamiento.

Escapando al verdugo inglés, se dirige a Francia donde resulta elegido miembro de la Convención, y continúa su actividad política, esforzándose por evitar la ejecución de Luis XVI, y oponiéndose con vehemencia al Régimen del Terror, por lo que acaba encarcelado por Robespierre, que le hubiese deportado, de no ser que el embajador norteamericano, (y el propio Washington), no hubiesen decidido mantenerle a distancia.

Indignado por la trivialidad del tímido culto a la racionalidad de los revolucionarios franceses, Paine escribe en la cárcel un impresionante alegato a favor del deismo, “La edad de la razón” (1794), que provoca el odio de los jacobinos y el de todos los seguidores de las religiones positivas. El espíritu anticlerical de Tom Paine se manifiesta en plenitud, pues a pesar de admitir la existencia de Dios, proclama las contradicciones de la Biblia, como antes había hecho Voltaire y rechaza su brutalidad y crueldad, anunciando las múltiples y enfrentadas lecturas que ha suscitado en creyentes de todas las conversiones.

Niega el carácter revelado de la verdad divina, considera la existencia de Jesucristo como un mito y que todas las iglesias habidas y posibles, no son más que invenciones humanas, máquinas de poder, que sirven al despotismo y la avaricia de los clérigos. Ante las críticas recibidas, pronunciaa la célebre frase: "mi única iglesia es mi propia mente".

REGRESO A AMERICA

En 1801, se vuelve a jugar la vida, rechazando la oferta de un ferviente admirador, (el general Bonaparte, que le pedía ayuda para derrocar la monarquía inglesa) y regresa a Norteamérica, donde su gran amigo, Thomas Jefferson, había sido nombrado presidente.

Por lo demás, como nos recuerda Escohotado, el futuro seguirá haciéndole caso. El fruto más ambicioso de su vida, Los derechos del hombre, propone superar “el gobierno arbitrario”, estableciendo su propuesta sobre una exaltación de la libertad personal, que por su propio interés, sea capaz de procurar algunas conquistas sociales irrenunciables: educación gratuita, pensiones de jubilación y obras públicas para los desempleados, todo ello con cargo a un impuesto progresivo sobre la renta.

Estos sediciosos e inviables planes, fueron expuestos por Tom Paine, a comienzos de 1791. Tres años más tarde, publica uno de sus últimos panfletos, “Justicia Agraria”, en el que habla de justicia social y la redistribución de la tierra.

Ni siquiera su amistad con el primer hombre de la nueva nación americana, le evitó seguir padeciendo persecuciones hasta su muerte, justo un año antes de que esta ocurriera, no se le permitió votar, alegando que era un extranjero; la soledad y la pobreza contemplaron sus últimos días, en su casa de Grenwich Village, en la ciudad de Nueva York, abandonando este mundo el 8 de Junio de 1809.

Cuenta la leyenda, extendida por sus detractores, que el mismo día de su muerte dos hombres de Dios, se presentaron ante su lecho y le indujeron a morir en gracia de Dios; nada que ver con lo que refiere Bertrand Russell, cuando explica que ésto nunca ocurrió, pues al ver a los clérigos ante él, implorando por su conversión, pronunció una frase histórica: “déjenme sólo, buenos días”.

Era el traidor por excelencia, “el traidor”, que había minado la autoridad sagrada de los autócratas y las sectas políticas, económicas y religiosas de su época, incluso, las que se atribuían la consideración de revolucionarias, y solo eran arribistas.

Resulta curioso ver como se entrecruzan los destinos, pues en aquella época encontramos otro personaje, que es precisamente la imagen simétrica de Paine, y posiblemente hayan coincidido en París, me refiero a Fouché, quizás la mejor representación de la inteligencia y la depravación social, al servicio de sus propios intereses, la imagen más ejemplar del arribismo y la traición política, que tanto nos recuerda a la casta política de nuestra época.

La Revolución de Tom Paine, iba más allá del sentido común, al contrario que ocurrió con sus coetáneos, se completó primero en sí mismo, y sólo cuando concluyó en su interior, se pudo hacer social, y trascendente; a partir de entonces, los detractores callaron, y sólo sus admiradores, que somos muchos, invocamos su memoria y anhelamos su influencia.

Enrique Suárez Retuerta

3 comentarios:

rey dijo...

Me extrañó ver cero comentario a tan importante y trascendental ensayo sobre Tom Paine. Sin duda los elevados martires de la humanidad seran seres exepcionales pero abandonados en soledad. MRGM reyes

diana moreno dijo...

Estupendo artículo, muy bien escrito.
Una de las cosas más interesantes que le encuentro a la figura de Paine es su rechazo a enriquecerse a través de sus escritos. Ese debería ser el espíritu de todo periodismo.

pelaya dijo...

Algunos autores han confundido la sociedad con el gobierno, dejando poca o ninguna distinción entre ellos y no sólo son diferentes, sino que tienen diferentes orígenes. La sociedad es producida por nuestros deseos, y el gobierno de nuestra maldad.

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