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lunes, 12 de abril de 2010

Esclavos del progreso



"La miseria es el síntoma; la enfermedad es la esclavitud."
Bertrand Russell


La postmodernidad no acaba de morir, su paradigma sucesor no acaba de nacer, mientras tanto vivimos en un tránsito hacia destinos ignorados que, conociendo la deriva de la historia occidental, conducirán posiblemente a tiempos mejores. La inmediatez de la época en que vivimos, dirige el análisis de la realidad cotidiana (económica, política, cultural) a la mirada que un profano puede tener sobre la Bolsa de Valores, con esa ingenuidad amateur y esperanzada de obtener pingües beneficios con un poco de fortuna. Craso error, a los ojos de un “bróker”, que se guía por las tendencias generales del Mercado y el análisis fundamental, eso es una soberana estupidez, puesto que un jugador de bolsa profesional sólo cuenta beneficios o perjuicios a final de la temporada, que puede durar un ciclo de varios años.

La prisa nos atenaza, parece que el mundo está obligado a cambiar de inmediato porque nos desagrada como es, algo que no ha hecho nunca, ni posiblemente hará jamás, porque el mundo no cambia de repente, ni siquiera en las revoluciones. El Imperio Romano tardó siglos en descomponerse; el Renacimiento necesitó mil años de oscuridad previos; las revoluciones, inglesa, francesa, española, rusa, china o americana tardaron décadas en ofrecer los primeros frutos sociales; para que surgiera la Unión Europea, tal y como hoy la conocemos, se tuvieron que producir dos guerras mundiales y el largo declive de la Unión Soviética durante la mayor parte del siglo XX.

Los tiempos actuales se rigen por el imperativo del deseo y no el de la realidad, estamos embriagados por los logros de la tecnología de consumo, hasta hacernos pensar que todo está al alcance de nuestra mano cuando es un simple espejismo de la imaginación; los poderes públicos y privados nos han invitado a que nos creamos los nuevos dioses del Universo, porque han tenido la magnífica idea de reducir la realidad a lo que se puede hacer ante la pantalla de un ordenador o una videoconsola, parece que estamos al borde de un cambio de era, cuando en realidad, estamos pudriéndonos en el más de lo mismo.

La globalización está ejerciendo un efecto pernicioso sobre nuestra forma de pensar, sentir y hacer. Cuando hablamos con un amigo que está a diez mil kilómetros se nos olvida que está a diez mil kilómetros, porque hemos resuelto la distancia psicológica que nos separa de él por medio de la comunicación inmediata que nos proporciona internet, se nos olvida que él vive en una realidad diferente a la nuestra, que mañana amanecerá siete horas después o antes que en nuestra ciudad o pueblo y que nuestra realidad es completamente diferente. Sin embargo, la comunicación inmediata hace que pensemos que no existen las distancias, que nuestro amigo está al otro lado del tabique de la habitación desde la que escribimos cuando en realidad no es así. La conquista de la comunicación, fenomenal invento del que somos voraces consumidores, nos hace perder la configuración real de nuestra existencia, está trastocando las relaciones humanas y la propia identidad de la inmensa mayoría de los ciudadanos del mundo.

La fantasía está servida, lista para consumir, el acceso directo a la información existente en la red nos ha deslumbrado, haciéndonos olvidar que para comprender las cosas es necesario un criterio, y el criterio no proviene exclusivamente del acceso a la información, sino de la disciplina, el estudio, el análisis y la experiencia de conocimiento. Hoy, los más jóvenes piensan que es una pérdida de tiempo aprender declinaciones del latín o resolver integrales, porque todo eso está en internet, a golpe de click de ratón en el Google. Consideran que los adultos somos unos inadaptados, incapaces de adaptarse al estallido de las nuevas tecnologías y prescinden de nuestros consejos para guiarse por la vida y el mundo, porque los consideran anticuados y desfasados con la nueva realidad. El epigonismo ha sido desplazado por el adanismo.

No se dan cuenta nuestros vástagos del hundimiento personal que supone para las personalidades no desarrolladas, inmaduras e inexpertas, el acceso expedito a todo lo que abarcan sus sentidos.

En realidad lo que está ocurriendo en nuestra sociedad, globalizada y enriquecida, es algo que remeda a la venta de la primogenitura de Esaú a Jacob por un plato de lentejas; los jóvenes actuales están entrando discretamente en el último cautiverio siguiendo las fascinantes melodías del flautista de Hamelín convertido en Twitter o Facebook, Google o Yahoo, Windows o Linux, en la alienación de una disolución de su yo en un entramado colectivo, que recuerda el de las colmenas o los termiteros. Están siendo homologados como consumidores, para extraerles el valor añadido durante su miserable existencia, despojados de su identidad propia por medio de un Nick y un avatar, convertidos en ganado estabulado, que considera prioritario el ser para los demás antes que el ser para sí mismos, en sí mismos, sobre sí mismos. La individualidad no existe si no es reconocida por otros.

Es un regreso al pensamiento mágico por medio de la técnica, en que los mitos sustituirán de nuevo al logos, para convertir en vulgares creyentes a seres racionales capaces de transformar su realidad a su antojo, con esfuerzo e inteligencia. En esta labor deshumanizadora y esclavizadora todos los poderes conforman alianza: los políticos porque les interesa tener anestesiada a la población para reproducir sin fin su miseria expoliadora; los económicos porque sólo tienen interés en los seres humanos por lo que puedan consumir mientras tres mil millones de chinos, indios y otros ciudadanos empobrecidos del planeta, en fuerte crecimiento, puedan comprarse un automóvil, una vivienda y salir de vacaciones; los culturales, porque la cultura de masas es altamente rentable y escasamente exigente; los religiosos, porque en un mundo de creyentes es más fácil hacer proselitismo; los mediáticos y tecnológicos, porque esperan vivir su época más dorada.

Tras la pantalla de aparente libertad de un ordenador se oculta la mayor cárcel de todos los tiempos; cautiva y desarmada, la humanidad espera órdenes para configurarse en su próxima esclavitud: la renuncia a cualquier libertad que no sea la estar conectados (vivos) o desconectados (muertos).

Biante de Priena

2 comentarios:

wallace97 dijo...

Muy interesante reflexión, sobre la que debemos meditar, e intentar prever consecuencias a medio y largo plazo, pero también sentir la obligación de aprovechar sus ventajas, si es que existen, y si no crear el cauce para que se produzcan, de manera que evitemos que, como siempre ocurre, pasen a ser un instrumento más de manipulación por parte de los mismos.

Creo que es un asunto en el que se dan más contradicciones de lo normal, empezando por el hecho de que la emisión de su reflexión se produzca precisamente en el medio considerado enemigo.

Anónimo dijo...

esclavos del silencio...Aburrrridooossssss.

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