A veces te asaltan los recuerdos, precisamente hoy invadió mi tranquilidad una historia que viví hace años, y mientras trato de que mi hija de tres años no se cargue la mesa de cristal con el cenicero, voy recorriéndola por los pasajes entelarañados de la memoria.
Era una chica muy joven, la recuerdo mendigando calle arriba y calle abajo, con su mirada verde de esperanza agotada, en aquellos rasgados y aburridos ojos que parecían vidrieras de un convento de clausura abandonado. Seguía el paso a los transeúntes, poco más de cinco metros, repitiendo su arenga de hijos y miseria.
Le pregunté a Dionisio, el camarero del bar donde tomo café que sabía de aquella chica, y me dijo que era una yonki. Más tarde pensé en la diferencia entre ese “ser” yonki, y el “estar en la droga”. El caballo salvaje de la heroína no admite visitantes, ni turistas, solo emigrantes permanentes, esclavos a precio, saldos humanos.
Luego desapareció y tras varios meses, un día helado de diciembre, volví a verla, con poca ropa, ensombrecida, tiritando, ya no seguía a los viandantes, se movía como un robot a izquierda y derecha, me acerqué y le dije que si quería tomar un café. Asintió con la cabeza.
A Dionisio le extraño verme sentado con ella, le pedí un café grande y dos magdalenas, pero solo se comió una. Quería invitarla a un café y que los dos siguiéramos nuestro camino, pero fue inevitable que le preguntara mientras miraba como comía, si no tenía familia, o porque no buscaba trabajo.
Con la boca llena levantó su cabeza y sus ojos acristalados se fijaron en los míos como quien se mira ante un espejo o una pregunta. Permaneció en silencio y siguió comiendo, olvidándose de la inquisición menor de tener que dar referencias de su vida.
Eso hizo que pensara que tal vez le hubiera molestado con mi tonta curiosidad, y pensé por un momento que su respuesta había sido algo así como: ¿necesitas qué te cuente realmente como he llegado hasta aquí, de verdad qué quieres saberlo?.
Una señora con su abrigo de visón, alertada por su amiga, evitó sentarse en la mesa de al lado y se fueron tres más allá para cuchichear mientras nos miraban.
La chica terminó su magdalena y le dio un sorbo al café, entonces con una voz áspera, gutural y profunda, me dijo:
- ¿Sabes?. Tengo Sida, me han quitado a mis hijos.
Siguió tomando el café y con la mirada extraviada en la calle, bajando la voz hasta el susurro, continuó.
- Mi madre se murió cuando tenía nueve años, con diez años mi padre me violó por primera vez, y a los trece ya me había acostado con casi todos los chicos del barrio. A los catorce un señor muy majo, me llevó a un hotel y me dio 30 euros por satisfacerle. ¿Puedo pedir otro café?. ¿Cómo te llamas?. Yo me llamo Libertad.
Le pedí a Dionisio un café para la chica y otro para mí, encendí un cigarro y le ofrecí a ella, cuando lo cogió me di cuenta de que en sus manos había cicatrices de viejas quemaduras. Dioni nos trajo los cafés hasta la mesa, mientras se acercaba a las señoras parlanchinas para atenderlas, no habían dejado de cuchichear desde que se habían sentado.
- Más tarde, un amigo que me gustaba, Juan me dijo que si nos íbamos a vivir juntos, tendría unos dieciséis años por entonces, Juan se metía caballo y me aficioné al "chute"; un día le encontré muerto, pero antes me dejó unos gemelos preciosos. Yo seguí trabajando en la calle, él no hacía nada, yo me acostaba con quien me pagaba. Mi novio me pegaba cuando no traía dinero, cuando ya nadie quería acostarse conmigo por la tripa enorme me fui a un refugio de unas monjas, allí me quitaron a mis hijos, no les he vuelto a ver. Desde entonces prefiero mendigar. Y ahora te dejo, tengo que hablar con aquel chico, señalando a un punki encrestado que pasaba por la calle. Me dio las gracias y un beso para irse.
El de la cresta era un camello conocido, Dionisio se acercó a recoger las tazas y los cubiertos y dijo.
- Esto no lleva remedio, hay gente que solo sabe destrozar su vida. Ni se sabe para que nacen, son escoria.
No le respondí, quedé mirando la tele donde anunciaban un nuevo atentado en Bagdad; la señora del abrigo de visón se reía discretamente con su amiga. Un señor mayor tropezó con una banqueta de la barra y casi se cae, mientras unos niños pequeños deshacían un servilletero, a la par que sus madres despellejaban ajenas a alguna vecina.
Salí a la calle, hacía más frío, era posible que nevara. Me fui al trabajo.
Al día siguiente volví a tomar café, Dionisio se acercó, estaba nervioso, me dijo que si sabía lo que había pasado, le dije que no.
- La chica a la que invitaste ayer ha aparecido muerta en el portal de la óptica, tenía una jeringuilla al lado, debió ser por sobredosis. Mañana seguro que sale en los periódicos.
Me puso el café y pensé en Libertad, había muerto, pero todos aquellos imbéciles no sabían que la sobredosis no había sido de caballo sino de vida; tantas afrentas, tanta miseria, tanto horror no hay cuerpo ni mente que los soporte. En ocasiones, la vida es la droga más dura, no hay antídoto para su veneno.
Y aquel invierno tan frío nos quedamos sin Libertad, pero todo siguió más o menos igual. La señora del abrigo de visón siempre que pasaba a mi lado me miraba despectivamente, estoy seguro de que no tiene hijos, para que los necesita si tiene su abrigo tan bonito y tan caro, y seguro que no tiene más preocupaciones que criticar a los demás, esa afición a meterse en las vidas ajenas por aburrimiento, posiblemente porque nunca se atrevió a vivir la suya en plenitud, demasiado riesgo eso de vivir.
Aquí se acaba la historia, que se va haciendo tarde. Las vidas de los demás siempre nos parecen simples, pero son extraordinariamente complejas. Estamos acostumbrados a ver solo las sombras de la existencia ajena, así que cuando nos encontramos con un ser que vive descarnadamente, arrastrado por la corriente, nos inunda la sorpresa hasta dejarnos perplejos. Despertamos un instante del cotidiano discurrir de nuestros días, para volver inmediatamente a aletargarnos en el más de lo mismo. Cuanta razón llevaba el dramaturgo que equiparó la vida al sueño.
- Libertad, quieres dejar de una vez el cenicero, vas a terminar rompiendo la mesa.
Biante de Priena
Era una chica muy joven, la recuerdo mendigando calle arriba y calle abajo, con su mirada verde de esperanza agotada, en aquellos rasgados y aburridos ojos que parecían vidrieras de un convento de clausura abandonado. Seguía el paso a los transeúntes, poco más de cinco metros, repitiendo su arenga de hijos y miseria.
Le pregunté a Dionisio, el camarero del bar donde tomo café que sabía de aquella chica, y me dijo que era una yonki. Más tarde pensé en la diferencia entre ese “ser” yonki, y el “estar en la droga”. El caballo salvaje de la heroína no admite visitantes, ni turistas, solo emigrantes permanentes, esclavos a precio, saldos humanos.
Luego desapareció y tras varios meses, un día helado de diciembre, volví a verla, con poca ropa, ensombrecida, tiritando, ya no seguía a los viandantes, se movía como un robot a izquierda y derecha, me acerqué y le dije que si quería tomar un café. Asintió con la cabeza.
A Dionisio le extraño verme sentado con ella, le pedí un café grande y dos magdalenas, pero solo se comió una. Quería invitarla a un café y que los dos siguiéramos nuestro camino, pero fue inevitable que le preguntara mientras miraba como comía, si no tenía familia, o porque no buscaba trabajo.
Con la boca llena levantó su cabeza y sus ojos acristalados se fijaron en los míos como quien se mira ante un espejo o una pregunta. Permaneció en silencio y siguió comiendo, olvidándose de la inquisición menor de tener que dar referencias de su vida.
Eso hizo que pensara que tal vez le hubiera molestado con mi tonta curiosidad, y pensé por un momento que su respuesta había sido algo así como: ¿necesitas qué te cuente realmente como he llegado hasta aquí, de verdad qué quieres saberlo?.
Una señora con su abrigo de visón, alertada por su amiga, evitó sentarse en la mesa de al lado y se fueron tres más allá para cuchichear mientras nos miraban.
La chica terminó su magdalena y le dio un sorbo al café, entonces con una voz áspera, gutural y profunda, me dijo:
- ¿Sabes?. Tengo Sida, me han quitado a mis hijos.
Siguió tomando el café y con la mirada extraviada en la calle, bajando la voz hasta el susurro, continuó.
- Mi madre se murió cuando tenía nueve años, con diez años mi padre me violó por primera vez, y a los trece ya me había acostado con casi todos los chicos del barrio. A los catorce un señor muy majo, me llevó a un hotel y me dio 30 euros por satisfacerle. ¿Puedo pedir otro café?. ¿Cómo te llamas?. Yo me llamo Libertad.
Le pedí a Dionisio un café para la chica y otro para mí, encendí un cigarro y le ofrecí a ella, cuando lo cogió me di cuenta de que en sus manos había cicatrices de viejas quemaduras. Dioni nos trajo los cafés hasta la mesa, mientras se acercaba a las señoras parlanchinas para atenderlas, no habían dejado de cuchichear desde que se habían sentado.
- Más tarde, un amigo que me gustaba, Juan me dijo que si nos íbamos a vivir juntos, tendría unos dieciséis años por entonces, Juan se metía caballo y me aficioné al "chute"; un día le encontré muerto, pero antes me dejó unos gemelos preciosos. Yo seguí trabajando en la calle, él no hacía nada, yo me acostaba con quien me pagaba. Mi novio me pegaba cuando no traía dinero, cuando ya nadie quería acostarse conmigo por la tripa enorme me fui a un refugio de unas monjas, allí me quitaron a mis hijos, no les he vuelto a ver. Desde entonces prefiero mendigar. Y ahora te dejo, tengo que hablar con aquel chico, señalando a un punki encrestado que pasaba por la calle. Me dio las gracias y un beso para irse.
El de la cresta era un camello conocido, Dionisio se acercó a recoger las tazas y los cubiertos y dijo.
- Esto no lleva remedio, hay gente que solo sabe destrozar su vida. Ni se sabe para que nacen, son escoria.
No le respondí, quedé mirando la tele donde anunciaban un nuevo atentado en Bagdad; la señora del abrigo de visón se reía discretamente con su amiga. Un señor mayor tropezó con una banqueta de la barra y casi se cae, mientras unos niños pequeños deshacían un servilletero, a la par que sus madres despellejaban ajenas a alguna vecina.
Salí a la calle, hacía más frío, era posible que nevara. Me fui al trabajo.
Al día siguiente volví a tomar café, Dionisio se acercó, estaba nervioso, me dijo que si sabía lo que había pasado, le dije que no.
- La chica a la que invitaste ayer ha aparecido muerta en el portal de la óptica, tenía una jeringuilla al lado, debió ser por sobredosis. Mañana seguro que sale en los periódicos.
Me puso el café y pensé en Libertad, había muerto, pero todos aquellos imbéciles no sabían que la sobredosis no había sido de caballo sino de vida; tantas afrentas, tanta miseria, tanto horror no hay cuerpo ni mente que los soporte. En ocasiones, la vida es la droga más dura, no hay antídoto para su veneno.
Y aquel invierno tan frío nos quedamos sin Libertad, pero todo siguió más o menos igual. La señora del abrigo de visón siempre que pasaba a mi lado me miraba despectivamente, estoy seguro de que no tiene hijos, para que los necesita si tiene su abrigo tan bonito y tan caro, y seguro que no tiene más preocupaciones que criticar a los demás, esa afición a meterse en las vidas ajenas por aburrimiento, posiblemente porque nunca se atrevió a vivir la suya en plenitud, demasiado riesgo eso de vivir.
Aquí se acaba la historia, que se va haciendo tarde. Las vidas de los demás siempre nos parecen simples, pero son extraordinariamente complejas. Estamos acostumbrados a ver solo las sombras de la existencia ajena, así que cuando nos encontramos con un ser que vive descarnadamente, arrastrado por la corriente, nos inunda la sorpresa hasta dejarnos perplejos. Despertamos un instante del cotidiano discurrir de nuestros días, para volver inmediatamente a aletargarnos en el más de lo mismo. Cuanta razón llevaba el dramaturgo que equiparó la vida al sueño.
- Libertad, quieres dejar de una vez el cenicero, vas a terminar rompiendo la mesa.
Biante de Priena
9 comentarios:
Plas, plas, plas. Muy bien contado, te felicito.
Hoy referencio tres historias que tienen que ver con la mira, una es ésta. Las otras:
El café de Ocata Viaje al fin de la noche
Exapamicron La clasificación de miradas de R. F. Burton
¿Has publicado libros?
Ver a tu pequeña vengándose de ti o de su madre a base de cenicerazos contra el cristal, te ha hecho pensar en la complejidad de la vida y lo frágiles que somos.
Es lamentable, solamente ellos y sus familias saben lo que sufren,la adicción, el sida, las hepatitis,la tuberculosis......duro,duro.
En la familia de mi mujer hay un drama de caballo,sida y muerte, es para hacer una película, Un tio, primo,guaperas,vividor de los placeres de la vida, el wikili,lacoca,elcaballo para calmarse y el sida, tiempos que devastaban a quien lo contraía, la ruina humana y el padre coraje,le construyo su habitación en el terrado, evitó el rechazo de su familia,y ante el lamentable panorama y la amargura de ver gritar a su hijo durante los respectivos monos,optó por aliviarle la existencia y le buscaba la droga y se la inyectaba, y después de toda una vivencia, fué enterrado una semana después de la muerte de su hijo, también de sida y sus complicaciones.....deja marca.
El opio es una droga muy antigua, y las personas con esa debilidad,el probarlo con la cantidad de información que hay,por revelarse contra su propios límites y sobrepasarlos en la búsqueda del cambio del ser, cuando comienzan, siempre siempre inducidos por otro gurú ocasional, en realidad cambian una vida por un momento intenso y sin relación con su existencia,el futuro es mas pasado, el momento y las horas posteriores de no estar en su charco, aunque solo sea con la mente,y así hasta la destrucción.
Pais Vasco y Navarra, muy preocupante, mayores índices mundiales de heroinómanos:
http://www.elpais.com/articulo/
sociedad/PAiS_VASCO/NAVARRA/000/
heroinomanos/Pais/Vasco/Navarra/
estudio/diocesis/elpepisoc/
19830109elpepisoc_3/Tes/
Biante, te superas cuando escribes con el corazón de la pluma...
Escribenos algo de los yonkys legales, los antidepre y ese mundo que tiene tela marinera.
Un saludo
El anónimo de antes ha encontrado la expresión que yo buscaba "el corazón de la pluma".
Muy bien explicado, creo es inventado,quizás demasiado previsible con un ligero toque demagógico i uan sesnació al leerlo de cosa ya leida demasiadas veces. Supongo que otro dia lo encontraria mucho mas hermoso, quizás no haya sido hoy el adecuado.
Yo propondría revisar las leyes, para que determinados grupos musicales que hicieron o hacen apologia de la heroina, cocaina etc... sean enjuiciados y encarcelados, solo el que ve a un familiar enganchado a la heroina,y morir, sabe lo que digo, aunque no sea el único banderin de enganche, sino que hay unas motivaciones mas fuertes, es cierto que " brown Sugar" "Cocaine"y otras legendarias canciones han hecho un mal enorme, y hay teneis a esos criminales vejestorios subidos a los escenarios, me alegro que Lennon este en el infierno, el y su asquerosa canción Lucy in the Sky whit Diamonds, LSD, alguien hizo justicia sin saberlo, ojala caigan todos bajo las balas...
Si, ya se sabe que Hitler empezó escuchando a Marilyn Manson y jugando al San Andreas en su Play 2.
Podríamos empezar prohibiendo todo el blues.
Luego podríamos prohibir todas las peliculas donde no se avisa explicitamente de lo dañinas que son las drogas.
Luego podriamos prohibir los videojuegos y los comics.
Ya puestos, podemos seguir prohibiendo el deporte profesional, que usan muchas sustancias y se sabe como se empieza pero no como se acaba.
Pero lo mas facil seria prohibir a los seres humanos. Para eso esta Greenpeace y asociados. Afiliate!
Y al final igual alguien se pregunta por qué en las reservas a donde van a vivir en la naturaleza los hijos de los indios el alcoholismo supera el 70%.
Puestos a prohibir, que se prohíban los anuncios televisivos de comida, dado que los niños españoles por primera vez en la historia moderna, tienen menores expectativas de vida que sus progenitores, gracias y mil, al atiborrado alimentario, a veces de piro plástico, que ofrece esta sociedad de despilffarro habiendo seres humanos que se mueren de hambre.
Como la leche ha subido y no se vende, a tirarla; como el plátano ha bajado de precio, a dejarlo pudrid, suma y sigue.
Le dicen "democracia occidental" el mejor de los mundos posibles ¡cómo será el peor!.
Muy buen escrito.
Si hay que prohibir algo tiene que ser los nombres absurdos. Libertad está bien, un nombre bonito. Pero espero que su hermanito no se llame Progreso, su padre merecería pena de reclusión mayor.
Felicitación por poner en negro sobre blanco, uno de los infinitos casos, normales, del lumpemproletariado.
Ha conseguido que, los que desconocen el lumpen, piensen en la ficción literaria; sobre todo a los que no han tenido necesidad de pasar por la universidad de la vida. Es demasiado duro y hay que tener dureza de espíritu, para pensar en la posibilidad de ser el protagonista de la historia.
Tendrá suerte sino le llaman demagogo o negativo pesimista; por describir la realidad de Libertad, hay gente “pa to”, hasta vestir permanentemente visones, sin saber que existen circunstancias adversas; por que nunca las han padecido.
Es de aurora boreal que se confunda el día en el que ha de aparecer el texto, para satisfacción personal, con el estado de ánimo de sus entendederas. Estos son los mimbres con los que contamos para hacer el cesto de una nueva constitución, que evite mas casos como el de Libertad.
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