Por fin, después de 12 años, casi tan interminables como los 14 del dañino Mitterrand, se acerca el fin de Chirac. Se dirigió ayer a los franceses, por televisión, en ese estilo entre napoleónico y monárquico que inauguró, con más talento y recursos, el General de Gaulle, padre y encarnación insustituible de la Vª República.
(ver aquí la intervención de Jacques Chirac en TV, el 11-3-2007)
En el país de la Razón, del positivismo y de la laicidad, del raciocinio en suma al servicio de la res publica, pronunció nada menos que cuatro veces la palabra amor y sus derivados. "El amor por Francia", "amo a Francia y os amo" protagonizaron de forma insólita la introducción y el cierre de un discurso que, suponíamos algunos ilusos, iba a ser político. A los franceses les gusta mucho el amor, sobre todo hablar de ello, no sé si hacerlo, pero dudo mucho de que dicho campo lexical lo tengan atribuido, en sus mentes, tradiciones y sensibilidad, a la política y a la gobernabilidad. La irrupción irracional, repetitiva e insistente de ese vocablo en la despedida (en la que la única persona emocionada era la que pronto dejará la presidencia) es una ilustración involuntariamente paródica de la decadencia de la vida política francesa, iniciada hace ya bastante tiempo, probablemente desde los tremendos desaciertos y la ignominia de los gobiernos mitterrandianos, cuando la izquierda llegó al poder, siendo minoritaria... por la voluntad del propio Chirac, enemigo mortal del liberal-conservador Giscard d'Estaing, en 1981.
Se suele decir que "seuls les imbéciles ne changent pas d'avis". Si se le aplica la divisa popular a Chirac, deberemos sacar la conclusión de que ha sido el mayor genio del siglo veinte: vendía l'Humanité (diario comunista) a principios de los 60 en el boulevard Saint-Michel, después se convirtió en alto funcionario de la administración gaullista, pero traicionó en 1974 al candidato natural de dicho movimiento, el héroe de la resistencia Jacques Chaban-Delmas, dándole así la victoria al tecnócrata Giscard, de quien fue un fiel primer ministro durante dos años, antes de traicionarle a él también, haciendo una férrea oposición desde el mismo bando político, hasta ponerle en bandeja la presidencia, como hemos mencionado, al amoral Mitterrand, hombre de derechas de toda la vida pero candidato del partido socialista.
Le tocó luego ser el primer ministro enemigo de Mitterrand, por ese juego extraño de la cohabitación, anomalía del régimen que jamás debería haber consentido el Consejo contitucional. Eran tiempos de thatcherismo y ultraliberalismo, y también se convirtió Chirac, pero aplicando recetas a la francesa, con éxitos muy inferiores a los del reformismo británico de los años 80. Balladur, su fiel escudero, se volvió contra él en la segunda cohabitación y estuvo a punto de arrebatarle la presidencia en 1995. Pero el traidor traicionado seguía con la baraka, esa suerte de los atrevidos sin escrúpulos.
Han sido doce años en los que no se ha cumplido ninguna de sus promesas de regeneración democrática y de modernización económica. Junto con cinco años de cohabitación (¡la tercera!) con unos socialistas arrodillando el país con la ley de las 35 horas, única en el mundo, se ha conformado con dirigir la nación de forma colbertista, con esa idiosincrasia de la derecha francesa, entre solcialnacionalista y radicalsocialista, desvinculada de la evolución del mundo, de la apertura de las fronteras y de la globalización.
Su política europea fue un fracaso rotundo, frenando involuntariamente el proceso de integración continental -al no poder convencer a una mayoría de franceses para que aprobasen el proyecto de Constitución-, y relegando así el país más importante(con Alemania) de la Unión Europea a un segundo plano, indigno de su historia y de su vocación.
En lo único que están de acuerdo todos los partidos franceses, desde la extrema derecha del Front National (xenófoba pero incondicional de Sadam Hussein) hasta la Liga Comunista Revolucionaria, pasando por todo el espectro de la representación parlamentaria, ha sido en alabar su comportamiento antes y durante la segunda guerra del golfo. Emulando a los Chávez del populismo tercermundista, envió a su dócil servidor Villepin a la ONU, donde pronunció un discurso admirado por las naciones árabes más radicales, por Fidel Castro y por las izquierdas occidentales (con la honrosa excepción del laborismo inglés): Los Estados Unidos eran el demonio en persona, y no había que meterse con el dictador Hussein (muy amigo de Chirac desde los contratos jugosos y opacos de los años setenta).
Los historiadores valorarán la actitud de Francia en los meses anteriores al inicio de la guerra de Iraq. Pero es indudable que la intransigencia francesa, arrastrando al imprudente Schroëder en una escalada verbal sólo comparable con la rigidez y la miopía de la administración Bush, contribuyó de forma decisiva a la división del mundo libre y occidental sobre la posición a adoptar frente a la dictadura iraquí.
Se va pues uno de los peores presidentes del país vecino, sin pena ni gloria. Hombre de traiciones y renuncias, emprendedor enérgico, desacomplejado y desprovisto de maquiavelismo (a diferencia de Mitterrand), entregará a su sucesor un país sumido en una crisis estructural profunda, producto de los errores cometidos por todos los gobiernos desde hace un cuarto de siglo.
Si gana Segoléne Zapatejá, a la decadencia se añadirá un componente nuevo, el de una incompetencia personal probablemente desastrosa a la hora de dirigir la quinta potencia mundial. Si es Bayrou, con su discurso mieloso "ni izquierda ni derecha, sino todo lo contrario", el provincianismo más obsoleto y montaraz se instalará en el Elíseo. Y si, como los sondeos lo dejan entrever, Nicolas Sarkozy, hijo de húngaro y de judía, casado con una biznieta de Albéniz y amante de España, accede a la presidencia, un centro derecha algo más liberal ma non troppo tomará las riendas del poder, entre la desconfianza de los sectores sociales más progresistas y la esperanza de quienes, en el conjunto del espectro político, desean el restablecimiento de la autoridad basada en la virtud republicana, tanto en la calle como en palacio.
En cuanto a la modernización inaplazable del país... on verra.
Dante Pombo de Alvear, Crónicas de Calypso
(ver aquí la intervención de Jacques Chirac en TV, el 11-3-2007)
En el país de la Razón, del positivismo y de la laicidad, del raciocinio en suma al servicio de la res publica, pronunció nada menos que cuatro veces la palabra amor y sus derivados. "El amor por Francia", "amo a Francia y os amo" protagonizaron de forma insólita la introducción y el cierre de un discurso que, suponíamos algunos ilusos, iba a ser político. A los franceses les gusta mucho el amor, sobre todo hablar de ello, no sé si hacerlo, pero dudo mucho de que dicho campo lexical lo tengan atribuido, en sus mentes, tradiciones y sensibilidad, a la política y a la gobernabilidad. La irrupción irracional, repetitiva e insistente de ese vocablo en la despedida (en la que la única persona emocionada era la que pronto dejará la presidencia) es una ilustración involuntariamente paródica de la decadencia de la vida política francesa, iniciada hace ya bastante tiempo, probablemente desde los tremendos desaciertos y la ignominia de los gobiernos mitterrandianos, cuando la izquierda llegó al poder, siendo minoritaria... por la voluntad del propio Chirac, enemigo mortal del liberal-conservador Giscard d'Estaing, en 1981.
Se suele decir que "seuls les imbéciles ne changent pas d'avis". Si se le aplica la divisa popular a Chirac, deberemos sacar la conclusión de que ha sido el mayor genio del siglo veinte: vendía l'Humanité (diario comunista) a principios de los 60 en el boulevard Saint-Michel, después se convirtió en alto funcionario de la administración gaullista, pero traicionó en 1974 al candidato natural de dicho movimiento, el héroe de la resistencia Jacques Chaban-Delmas, dándole así la victoria al tecnócrata Giscard, de quien fue un fiel primer ministro durante dos años, antes de traicionarle a él también, haciendo una férrea oposición desde el mismo bando político, hasta ponerle en bandeja la presidencia, como hemos mencionado, al amoral Mitterrand, hombre de derechas de toda la vida pero candidato del partido socialista.
Le tocó luego ser el primer ministro enemigo de Mitterrand, por ese juego extraño de la cohabitación, anomalía del régimen que jamás debería haber consentido el Consejo contitucional. Eran tiempos de thatcherismo y ultraliberalismo, y también se convirtió Chirac, pero aplicando recetas a la francesa, con éxitos muy inferiores a los del reformismo británico de los años 80. Balladur, su fiel escudero, se volvió contra él en la segunda cohabitación y estuvo a punto de arrebatarle la presidencia en 1995. Pero el traidor traicionado seguía con la baraka, esa suerte de los atrevidos sin escrúpulos.
Han sido doce años en los que no se ha cumplido ninguna de sus promesas de regeneración democrática y de modernización económica. Junto con cinco años de cohabitación (¡la tercera!) con unos socialistas arrodillando el país con la ley de las 35 horas, única en el mundo, se ha conformado con dirigir la nación de forma colbertista, con esa idiosincrasia de la derecha francesa, entre solcialnacionalista y radicalsocialista, desvinculada de la evolución del mundo, de la apertura de las fronteras y de la globalización.
Su política europea fue un fracaso rotundo, frenando involuntariamente el proceso de integración continental -al no poder convencer a una mayoría de franceses para que aprobasen el proyecto de Constitución-, y relegando así el país más importante(con Alemania) de la Unión Europea a un segundo plano, indigno de su historia y de su vocación.
En lo único que están de acuerdo todos los partidos franceses, desde la extrema derecha del Front National (xenófoba pero incondicional de Sadam Hussein) hasta la Liga Comunista Revolucionaria, pasando por todo el espectro de la representación parlamentaria, ha sido en alabar su comportamiento antes y durante la segunda guerra del golfo. Emulando a los Chávez del populismo tercermundista, envió a su dócil servidor Villepin a la ONU, donde pronunció un discurso admirado por las naciones árabes más radicales, por Fidel Castro y por las izquierdas occidentales (con la honrosa excepción del laborismo inglés): Los Estados Unidos eran el demonio en persona, y no había que meterse con el dictador Hussein (muy amigo de Chirac desde los contratos jugosos y opacos de los años setenta).
Los historiadores valorarán la actitud de Francia en los meses anteriores al inicio de la guerra de Iraq. Pero es indudable que la intransigencia francesa, arrastrando al imprudente Schroëder en una escalada verbal sólo comparable con la rigidez y la miopía de la administración Bush, contribuyó de forma decisiva a la división del mundo libre y occidental sobre la posición a adoptar frente a la dictadura iraquí.
Se va pues uno de los peores presidentes del país vecino, sin pena ni gloria. Hombre de traiciones y renuncias, emprendedor enérgico, desacomplejado y desprovisto de maquiavelismo (a diferencia de Mitterrand), entregará a su sucesor un país sumido en una crisis estructural profunda, producto de los errores cometidos por todos los gobiernos desde hace un cuarto de siglo.
Si gana Segoléne Zapatejá, a la decadencia se añadirá un componente nuevo, el de una incompetencia personal probablemente desastrosa a la hora de dirigir la quinta potencia mundial. Si es Bayrou, con su discurso mieloso "ni izquierda ni derecha, sino todo lo contrario", el provincianismo más obsoleto y montaraz se instalará en el Elíseo. Y si, como los sondeos lo dejan entrever, Nicolas Sarkozy, hijo de húngaro y de judía, casado con una biznieta de Albéniz y amante de España, accede a la presidencia, un centro derecha algo más liberal ma non troppo tomará las riendas del poder, entre la desconfianza de los sectores sociales más progresistas y la esperanza de quienes, en el conjunto del espectro político, desean el restablecimiento de la autoridad basada en la virtud republicana, tanto en la calle como en palacio.
En cuanto a la modernización inaplazable del país... on verra.
Dante Pombo de Alvear, Crónicas de Calypso
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¿Ou se trouve Fouché?
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