Las técnicas de persuasión se han convertido en algo inherente a nuestras vidas. Cada día asistimos a la presencia de numerosas prácticas que tratan de influir en nuestras decisiones. La publicidad y la propaganda, o los discursos de esperanza establecidos desde las creencias ideológicas o religiosas, nos van ahormando a las necesidades del sistema.
De tal forma que nos convertimos en consumidores de productos que algunos han decidido que consumamos, en electores de opciones políticas que nos salvan de la maldad de sus contrarios, en trabajadores no remunerados cuando ponemos gasolina, visitamos una hamburguesería o un supermercado.El sistema nos clasifica, fija el rango de nuestros objetivos y nos diseca con el aerosol de sus bondades, para que ocupemos el nicho que nos corresponde en el cementerio existencial que se ha organizado con la llegada de la globalización.
Vivimos en el sistema más civilizado que ha habido nunca, según sus mentores. Todos los que quieren representarnos y utilizarnos, nos hablan en sus discursos del bienestar que nos procurarán, cuando en realidad nuestro bienestar habría de proceder de lo que nos quitan, de lo que nos falta, de lo que nos resta, de lo que sustraen de nosotros.
No trato con estas palabras de ensalzar el regreso al mundo feliz de Rousseau y su parábola del buen salvaje, o a la arcadia feliz de los griegos o a otras mitologías que renuncian al progreso, para retornar al paraíso.
Sencillamente reivindico las cosas que nos pueden hacer felices, que con los niveles de productividad y consumo que se exigen actualmente para sobrevivir en nuestra civilización, cada día resulta más difícil alcanzar.
Pero además hay otro peligro añadido, y es que nos estamos olvidando de que nosotros somos los que tenemos que determinar nuestras auténticas necesidades y deseos. Cada día resulta más difícil leer alguna colección de palabras que nos despierte del adormecimiento, ver un programa de televisión interesante que nos haga pensar, una película que invite a la reflexión, o escuchar una melodía "inolvidable".
Si, inolvidable, ese concepto se está reduciendo cada vez más en nuestras vidas, hay una conspiración para asfixiar lo inolvidable, que es precisamente lo que somos, por que la vida sólo es una colección de recuerdos inolvidables, esos momentos culminantes de nuestra existencia que descollan en el escenario de nuestros deseos, ilusiones y sueños. Que nos conducen a la heroicidad extraordinaria de habernos sentido absolutamente humanos y plenos, y haber tomado conciencia de ello.
En esta sociedad que algunos califican de avanzada, estamos condenados a repetir, se nos educa para repetir, como si fuéramos máquinas; todo son protocolos establecidos, actos mecánicos, excelencia organizacional, magníficas rutinas para acortar las dudas y erradicar los errores.
En estas condiciones es necesario un programa conductual para hacernos olvidar, para inducir una amnesia de lo que somos y como somos, para posteriormente obligarnos a renunciar a ser nosotros mismos, y poder someternos a la existencia canalizada que se ha previsto para nosotros.
Si somos buenos, y no ofrecemos resistencia, podremos disfrutar de los logros de nuestro opulento sistema económico que nos permite comer todos los días, dormir bajo techo y contemplar decenas de canales de televisión. Para aviso de reaccionarios, bien se encargan de mostrarnos las pateras, las miserias y las hambrunas de otros lugares.
Quiero reivindicar el derecho a recordar, a tomar conciencia de lo que he sido, para saber quien soy y lo que puedo y espero ser; pero no es posible, si no me excluyo y me aíslo lo suficiente, porque en esta vorágine entusiasta de toma y daca, todos padecemos una extraña enfermedad llamada amnesia. Habrá sido por los golpes que nos han dado en el camino.
Procurar en estas circunstancias el bienestar individual, y por supuesto el colectivo, es un auténtico acto de lucha por la libertad.
Hago una última recomendación, recordemos permanentemente lo que somos, para saber lo que realmente queremos, y no solo lo que quieren de nosotros. Si lo hacemos así, estamos contribuyendo a que algún día las cosas sean diferentes y sin duda mejoren, y si no alcanzamos a verlo, por lo menos preparemos el camino para que los que vengan detrás puedan vivir en un mundo mejor.
Recordar es revolucionario, olvidarse, es la muerte de la existencia libre.
De tal forma que nos convertimos en consumidores de productos que algunos han decidido que consumamos, en electores de opciones políticas que nos salvan de la maldad de sus contrarios, en trabajadores no remunerados cuando ponemos gasolina, visitamos una hamburguesería o un supermercado.El sistema nos clasifica, fija el rango de nuestros objetivos y nos diseca con el aerosol de sus bondades, para que ocupemos el nicho que nos corresponde en el cementerio existencial que se ha organizado con la llegada de la globalización.
Vivimos en el sistema más civilizado que ha habido nunca, según sus mentores. Todos los que quieren representarnos y utilizarnos, nos hablan en sus discursos del bienestar que nos procurarán, cuando en realidad nuestro bienestar habría de proceder de lo que nos quitan, de lo que nos falta, de lo que nos resta, de lo que sustraen de nosotros.
No trato con estas palabras de ensalzar el regreso al mundo feliz de Rousseau y su parábola del buen salvaje, o a la arcadia feliz de los griegos o a otras mitologías que renuncian al progreso, para retornar al paraíso.
Sencillamente reivindico las cosas que nos pueden hacer felices, que con los niveles de productividad y consumo que se exigen actualmente para sobrevivir en nuestra civilización, cada día resulta más difícil alcanzar.
Pero además hay otro peligro añadido, y es que nos estamos olvidando de que nosotros somos los que tenemos que determinar nuestras auténticas necesidades y deseos. Cada día resulta más difícil leer alguna colección de palabras que nos despierte del adormecimiento, ver un programa de televisión interesante que nos haga pensar, una película que invite a la reflexión, o escuchar una melodía "inolvidable".
Si, inolvidable, ese concepto se está reduciendo cada vez más en nuestras vidas, hay una conspiración para asfixiar lo inolvidable, que es precisamente lo que somos, por que la vida sólo es una colección de recuerdos inolvidables, esos momentos culminantes de nuestra existencia que descollan en el escenario de nuestros deseos, ilusiones y sueños. Que nos conducen a la heroicidad extraordinaria de habernos sentido absolutamente humanos y plenos, y haber tomado conciencia de ello.
En esta sociedad que algunos califican de avanzada, estamos condenados a repetir, se nos educa para repetir, como si fuéramos máquinas; todo son protocolos establecidos, actos mecánicos, excelencia organizacional, magníficas rutinas para acortar las dudas y erradicar los errores.
En estas condiciones es necesario un programa conductual para hacernos olvidar, para inducir una amnesia de lo que somos y como somos, para posteriormente obligarnos a renunciar a ser nosotros mismos, y poder someternos a la existencia canalizada que se ha previsto para nosotros.
Si somos buenos, y no ofrecemos resistencia, podremos disfrutar de los logros de nuestro opulento sistema económico que nos permite comer todos los días, dormir bajo techo y contemplar decenas de canales de televisión. Para aviso de reaccionarios, bien se encargan de mostrarnos las pateras, las miserias y las hambrunas de otros lugares.
Quiero reivindicar el derecho a recordar, a tomar conciencia de lo que he sido, para saber quien soy y lo que puedo y espero ser; pero no es posible, si no me excluyo y me aíslo lo suficiente, porque en esta vorágine entusiasta de toma y daca, todos padecemos una extraña enfermedad llamada amnesia. Habrá sido por los golpes que nos han dado en el camino.
Procurar en estas circunstancias el bienestar individual, y por supuesto el colectivo, es un auténtico acto de lucha por la libertad.
Hago una última recomendación, recordemos permanentemente lo que somos, para saber lo que realmente queremos, y no solo lo que quieren de nosotros. Si lo hacemos así, estamos contribuyendo a que algún día las cosas sean diferentes y sin duda mejoren, y si no alcanzamos a verlo, por lo menos preparemos el camino para que los que vengan detrás puedan vivir en un mundo mejor.
Recordar es revolucionario, olvidarse, es la muerte de la existencia libre.
Erasmo de Salinas
No hay comentarios:
Publicar un comentario