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lunes, 11 de diciembre de 2006

El futuro es inmaterial... o no será


Acabo de leer el informe encargado por el gobierno francés a Maurice Lévy y Jean-Pierre Jouyet, relativo a la economía inmaterial. Es la primera vez, según afirman los interesados, que se realiza un estudio sobre un tema tan conceptualmente nuevo. Buscaron y buscaron, en Alemania, en Gran Bretaña, en los Estados Unidos, en Canadá: nada.

Entonces, partiendo desde cero, se dedicaron, durante meses, a reunirse y dialogar con los principales actores de la vida económica, cultural y universitaria de Europa y Norteamérica. Al final, una impresión convertida en afirmación: la economía cambió.

Para comprender la evolución, hay que volver a las tres rupturas: El lugar creciente de la innovación, el desarrollo masivo de las tecnologías de información y comunicación y el desarrollo de una economía de los servicios en la que las ideas y las marcas desempeñan un papel esencial. Todos los sectores industriales, desde los semiconductores hasta el textil, basan su futuro, ahora, en lo inmaterial.

Y se nos ofrece una definición de la economía inmaterial: sin fundamentación física, su ambición y finalidad es crear valor gracias a elementos hasta ahora sin precio real ni establecido: la imaginación, el talento, la inspiración, en resumidas cuentas la capacidad de cada persona para inventar e innovar. Lo inmaterial irriga todos los aspectos de nuestra sociedad y contribuye a unirlos.

¿En qué medida existe ya la economía inmaterial? Se evalúa que representa, en los países más avanzados de la Unión Europea, un 20% del valor añadido y un 15% del empleo: ¡existe y es real! Se trata de una economía de redes, sin tiempo, pues lo acelera, ni espacio, pues lo reduce. Hace posible lo imposible durante la era industrial, pues se basa en las ideas. ¿Hay algo más extensible, más volátil, más transferible y más exportable que una idea?

Lo inmaterial, sin embargo, no liquida la economía industrial (por cierto, este informe, que defiende y promueve la innovación, también plantea la necesidad imperiosa de no renunciar a la industria en los países primeros) pero impone su presencia y modifica intensamente los modos de pensamiento. Además, multiplica las oportunidades para invertir, para emprender y, por lo tanto, para crear empleo. Liberar lo inmaterial sería librar la inspiración y la creatividad de las reglamentaciones excesivas de nuestras economías tradicionales. Cambiar ya no es virtud, sino que se convierte en necesidad urgente.

Cambiando los reflejos, por ejemplo, renunciando a viejas costumbres que provienen de una economía articulada en torno a situaciones adquiridas. El espectro hertziano o los derechos de la propiedad intelectual son las dos ilustraciones de ese desfase en las que más incide el informe, tachándolas de “proteccionismo interno”.

¿Proposiciones? Algunas, entre las que destacaré la refundación de la gestión de los activos inmateriales del propio estado; la instauración de mayor competencia en la atribución de frecuencias; la modificación de las normas relativas a los derechos de autor. ¿Objetivos inmediatos? Remunerar más y mejor la creación. ¿Un ejemplo? Reinventar los museos, enfocándolos no sólo hacia el pasado sino también hacia el futuro, en torno a la ingeniería cultural. Y, sobre todo, cambiar la escala, pues la economía inmaterial no conoce fronteras; en cuanto a la acción pública, su campo de acción deberá ser, como mínimo, el ámbito europeo.

El modelo social también, probablemente, deberá evolucionar. Es difícil imaginar que algunas naciones de “la vieja Europa” renuncien a derechos que forman parte de su patrimonio histórico. No obstante, y desde una perspectiva liberal, quienes sepan impulsar los cambios más audaces conseguirán una ventaja apreciable. He aquí cuatro ejemplos sacados de este informe:

1. La educación superior pierde terreno en varios países de Europa. La primera prioridad pública debería ser dotar a las universidades de recursos para funcionar correctamente y ubicarse favorablemente en el mercado internacional del saber y de la formación. Es necesario unir fuerzas (en nuestro caso, a nivel europeo) y reforzar la autonomía de los centros en materia pedagógica, pero también en cuanto al reclutamiento de estudiantes.

2. No existe una gestión de las “marcas” inmateriales. Algunos países, entre ellos Francia (en función del resultado de la próxima elección presidencial) están pensando seriamente en crear una agencia (¿nacional?, ¿europea?) de los activos inmateriales públicos, inscribiendo las marcas en los balances de empresa y mejorando la cooperación internacional en materia de falsificación de productos. Sin olvidar la implantación de medidas de discriminación positiva para pequeñas y medianas empresas innovadoras.

3. Lo inmaterial es una economía de la confianza y no de la obligación. Para adaptar la fiscalidad de nuestros países a esta nueva etapa, el IVA europeo deberá refundarse, evitando así distorsiones entre transacciones materiales e inmateriales, y también será imprescindible adaptar los sistemas de imposición de renta.

4. Los países (o zonas económicas transnacionales) que lleven la delantera en este proceso serán aquellas que sepan reformar las legislaciones y las normas con eficacia y sin conflictos políticos y sociales exacerbados.

En un tono algo provocativo, los autores del informe comentaban en una reciente entrevista que las ideas a veces surgen de noche, o cuando uno está en la ducha, o los domingos. También pueden nacer después de la edad legal para la jubilación…
Nos esperan grandes cambios en cuanto a duración y organización del tiempo de trabajo, probablemente se imponga, en países con determinada cultura laboral, la organización mixta trabajo/jubilación. Un ejemplo escandaloso es el del profesor Montagnier, gran investigador francés sobre el Sida, quien ha tenido que exiliarse a los Estados Unidos porque, según la reglamentación francesa, su edad ya no le permitía recibir fondos y recursos para sus trabajos, que tanto han contribuido a mejorar los tratamientos contra dicha enfermedad.

Posiblemente, en las democracias más maduras, aquellas que progresivamente abandonan las divisiones ideológicas heredadas del siglo diecinueve, el debate político, los espacios de contienda democrática y las decisiones de índole económica y social tendrán que ver, en gran parte, con el nuevo mercado inmaterial y su viabilidad dentro de sistemas que logren compatibilidades entre los derechos de los ciudadanos y la eficiencia en un mundo sometido a la competencia globalizada.

Dante Pombo de Alvear, Reflexiones liberales

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