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domingo, 15 de julio de 2012

Es más difícil construir una catedral que destruirla


No es lo mismo hacer que deshacer. Ni hacer bien, que hacer mal. Hacer algo bien requiere conocimiento, destreza, experiencia, adaptación, esfuerzo y tiempo; deshacer, es mucho más sencillo, basta con una infamia urdida, una mentira repetida, una promesa falsa, una creencia errónea, una fantasía ilusoria o un delirio incoercible, casi cualquier malevolencia sirve para deshacer, y para hacer algo perjudicial.

Por mucho que se empeñen los relativistas del postmodernismo, siempre será más difícil construir una catedral que destruirla, pintar un cuadro que quemarlo, hacer un poema que hacerlo desaparecer; tener una idea genial que no tener ninguna. En la historia de este mundo hay muchas obras que no conocieron la luz, porque alguien decidió apagarla, hubo muchas voces que no fueron escuchadas porque alguien decidió silenciarlas. Voltaire, Jean François Revel, Noam Chomsky, Karl Popper o Czeslaw Milosz, entre otros pensadores, nos hablan de las argucias de los poderosos y afines, o aquellos que aspiran a sucederles, para evitar que las cosas cambien, o para que cambien por extrañas circunstancias que suelen alejarse de la razón, la libertad o la democracia. La lucha por los privilegios que confiere el poder es posiblemente un arcano de la especie humana.

La dialéctica y la retórica

Si tuviera que elegir una fecha y situación para descubrir el origen de las falacias de este mundo, sin duda sería el jueves 18 de octubre de 1827; el lugar, la casa que Goethe poseía en Weimar; la escena, una apacible conversación entre el autor de Fausto y el padre de la dialéctica, cuando este decidió hacer una visita a Goethe de regreso a Berlín, tras una estancia en París. En aquella ocasión, Hegel le reveló a Goethe –según nos relata Eckermann- sus reflexiones sobre la esencia de la dialéctica:
-En el fondo, no es más que el espíritu de contradicción, regulado y metódicamente articulado, que reside en todo ser humano -aclaró Hegel- y que demuestra ser un valioso don para distinguir lo verdadero de lo falso

-¡Si no fuera porque muchas veces se abusa de tales artes y habilidades intelectuales empleándolas para hacer verdadero lo falso y falso lo verdadero! -replicó Goethe.

-Efectivamente, este tipo de cosas pasan -admitió Hegel-, pero sólo recurren a ellas los enfermos de espíritu.

-En este caso, rompo una lanza a favor del estudio de la naturaleza, que no permite contraer semejante enfermedad -repuso Goethe-. Pues en la naturaleza nos enfrentamos con la verdad infinita y eterna, que rechazará enseguida a todo aquel que no obre de forma absolutamente pura y honesta en la observación y en el tratamiento de su objeto de estudio. Es más, estoy convencido de que más de un enfermo dialéctico podría encontrar una benefactora curación en el estudio de la naturaleza.
Posiblemente, Goethe se daría cuenta de los peligros que supondría para el pensamiento racional el instrumento dialéctico propuesto por Hegel, pues si bien desde una posición honesta siempre se terminaría estableciendo una síntesis, entre tesis y antítesis, en una postura más insidiosa e irresponsable se podría mantener un conflicto eterno entre posiciones confrontadas. Posiblemente Hegel, no tuvo siquiera conciencia de la poderosa arma que dejaba al servicio de los desaprensivos, a partir de entonces surgieron los totalitarismos, las doctrinas filosóficas que derivaban de prejuicios morales como el marxismo o el existencialismo

El concepto de superioridad moral de la sociedad y el Estado prevalecieron sobre el ser humano individual; se abrieron las puertas al relativismo y la postmodernidad, la retórica y la falacia, la miseria del historicismo re-interpretador. Se puede decir que si Nietzsche terminó a martillazos con la idea de Dios, Hegel lo hizo de forma similar con la libertad del ser humano individual. Seguramente su intención no fue esa, pero la de sus seguidores, algunos de ellos fanáticos totalitarios, terminó configurando un escenario hostil al razonamiento honesto y la reflexión sincera.

Creer o crear

Cuando hoy contemplamos a un inepto destruir con retórica y malas artes alguna idea sustancial, alguna propuesta esencial, por el simple placer de evitar su triunfo por motivos de fe o creencia, comprendemos el gran perjuicio que Hegel ocasionó a la filosofía, abriendo las puertas de nuevo a las verdades reveladas como esencia de la filosofía que había propuesto Agustín de Hipona desde el cristianismo. A partir de entonces cualquier doctrina con suficientes adeptos podría imponer su nueva religión como ocurrió con el nazismo o el marxismo, con el socialismo o el fascismo, o como ocurre actualmente con los distintos brotes del existencialismo devastador que subyuga al ser humano a la inexistencia –la nada- o la insignificancia –en términos de Castoriadis-; sin duda, desde aquella fecha pocas catedrales del pensamiento humano se han construido, sin embargo se han destruido muchas con la intención de imponer nuevos motivos para creer, que no para crecer.

La humanidad atraviesa en los comienzos del siglo XXI una etapa bonsái del pensamiento, sometido a fuerzas destructoras más poderosas que las constructoras. A su sombra han brotado miles de insustanciales propuestas que nos conducen a la negación de cualquier fuerza creadora o creativa, porque en el pensamiento debe prevalecer la fe, y la creencia en que la cota más elevada del desarrollo humano es la congregación, por encima de la libertad. De ahí hasta convertir la democracia en un instrumento para ejercer cualquier forma de tiranía hay un paso.

Vivimos en el error de que existe una verdad democrática, cuando tal cosa nunca ha existido, ni existirá. La democracia es, en último extremo, una forma más de coerción sobre los seres humanos porque subsume las voluntades individuales en un proceso de agregación que detrae su esencia original. Pondré un ejemplo para que se entienda mejor, si tres ciudadanos se reúnen para establecer una conclusión compartida sobre alguna cuestión, se podría llegar a mentiras democráticas con gran facilidad; supongamos que dos ladrones y un policía votaran sobre las leyes para detener a los ladrones que debería seguir la policía. Sin duda no serían eficaces para detener el crimen, pero serían extraordinariamente democráticas.

Para que la democracia resulte eficaz en el proceso de extracción de las mejores opciones compartidas se requiere que los participantes cumplan con los preceptos de honestidad de Pericles que tan bien describió Tucídides, en otro caso lo que ocurrirá es que se creará un sistema demagógico que conculcará la justicia, la libertad y la igualdad entre los seres humanos, segregando entre opresores y oprimidos, entre los que tienen todos los privilegios y los que están sometidos a todos los perjuicios, entre los que mandan y los que están obligados a obedecer. En ese momento habremos alcanzado la tiranía, por la vía de la democracia como ocurrió en el nazismo o el comunismo.

Para que la democracia impida la creación de tiranías son necesarios tres elementos imprescindibles: la isonomia, igualdad de leyes para todos, también en su aplicación; la isegoría, igualdad de libertad de expresión y de divulgación de lo expresado, y por último, una justicia independiente del poder político que impida que los poderosos tengan distintas potestades y atribuciones que los desposeídos. Sin estos elementos no existe nada parecido a la democracia y se produce la asfixia de la libertad por los enemigos de la justicia.

Es más fácil vivir del deshacer que del hacer, vivir de hacer mal que vivir de hacer bien las cosas, para deshacer y hacer mal solo es necesario el poder, para hacer bien, además del poder, es necesaria la inteligencia, la honestidad, un respeto por los demás como por uno mismo, y que ninguno de los que deshacen y hacen mal, pueda interrumpir el proceso de lograr avanzar hacia el futuro de la mejor forma posible, dentro de las posibildades reales.

Es necesario que a comienzos del siglo XXI, seamos capaces de superar las "verdades reveladas" que nos ofrecen los que detentan el poder, sino queremos terminar siendo sus esclavos. Es hora de crear el puente que nos conduza al futuro y abandonar para siempre la creencia de que sólo existe el abismo que nos muestran aquellos que nos dicen que no hay otro camino más que aquel que ellos nos pueden ofrecer. Sencillamente, es hora de erradicar para siempre a los farsantes de nuestras vidas y comenzar una nueva etapa de la historia.

Enrique Suárez

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