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lunes, 9 de enero de 2012

Las palabras derriban los muros construidos con silencios


"Más importante que la defensa de la libertad de expresión, es la lucha contra aquellos que tratan de apresarla"

Han pasado 22 años desde que el muro de Berlín fue derribado por el pueblo alemán, permitiendo que “las dos alemanias” se reunificaran en un espacio común de libertad. La Europa de hoy es un resultado de aquella reunión, la Unión Europea está formada, esencialmente, por la agrupación de los países más occidentales y los que pertenecían al Telón de Acero, a excepción de los más próximos a la órbita rusa.

El muro de Berlín se erigió en el año 1961, también fue denominado “muro de la vergüenza”, tenía dos sectores bien diferenciados uno que dividía en dos la capital alemana de 45 kilómetros de longitud y otro a lo largo de la frontera entre la RFA y la RDA, de 115 kilómetros; sin duda, fue uno de los símbolos más emblemáticos de la Guerra Fría, pero fundamentalmente de la separación de Alemania y Europa, en comunidades fragmentadas: Occidental y Oriental.

El presidente norteamericano, John Fitgerald Kennedy lo visitó en el año 1963, poco antes de su magnicidio. En aquella ocasión pronunció un magnífico discurso desde el balcón del edificio Rathaus Schöneberg, con una frase que pasaría a la historia: “Ich bin ein Berliner” (yo también soy berlinés), pero quizás aún más importante fue la conclusión que estableció definiendo aquella realidad de segregación entre los que podían vivir en libertad y los que no podían hacerlo: "La libertad supone muchas dificultades y la democracia no es perfecta, pero jamás nos vimos obligados a erigir un muro, para confinar a nuestro pueblo."

Los VoPos, la policía del pueblo de la República Democrática Alemana (exuberante eufemismo) se quedaron sin trabajo con la caída del muro, entre sus funciones tenían la encomiable tarea de evitar que se produjera un intercambio entre dos percepciones de la realidad, la de la libertad y la de la opresión. No se permitía el paso de las personas al sector occidental, ni el paso de las ideas al sector oriental de la capital alemana. Lo contrario del conocido aforismo de los liberales: “laissez faire, laissez passer”, representaba la doctrina de los totalitarios.

Desde el 13 de agosto de 1961 hasta noviembre de 1989, 270 personas se dejaron la vida por huir desde la opresión hacia la libertad, no se conoce ningún caso que lo hiciera a la inversa, es decir, que perdiera la vida por huir desde la libertad a la opresión. Poca gente recuerda el nombre de los que se dejaron la vida, tampoco la de los que se la arrebataron, pero todos recordamos lo que ocurrió.

De aquella épica hazaña, siempre quedará un recuerdo inolvidable, porque de los escombros de los muros erigidos para segregar a los seres humanos, acaban brotando con el paso del tiempo, las flores de la diversidad natural, las palabras discrepantes y los silencios atronadores, como homenaje a los que se dejaron su vida y memoria por defender, incluso con su propia sangre, el triunfo de la libertad.

Es una ley humana no escrita en la Carta de los Derechos Humanos, ni en ninguna Constitución, pero sí en el acervo compartido del género humano, porque donde se siembra la tiranía, la opresión, la censura y la imposición, siempre brota, al mismo tiempo, la lucha por la libertad, y al final, la libertad siempre acaba venciendo, tan solo es cuestión de tiempo.

Enrique Suárez

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