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miércoles, 27 de mayo de 2009

Cuando la abstención es la voluntad de los demócratas

Los politólogos se han devanado los sesos sobre el auténtico significado político de la abstención, es decir, la no participación en los juegos electorales, que convierten la soberanía de los ciudadanos en representación política.

Las elecciones suponen en primer lugar el sustento de la democracia, sin elecciones no hay democracia. El sufragio diferencial es el combustible que permite a un determinado partido político acceder al poder y formar un gobierno, en confrontación con otros que persiguen el mismo objetivo, aunque nunca en las mismas condiciones.

El partido en el poder siempre utiliza los recursos de todos para seguir en el poder, es una convención ilegal no escrita en ningún sitio, pero aceptada por todos.

El problema del sistema de representación democrático está en los sistemas electorales que se fundamentan en partidos políticos, pues si bien el ciudadano que acude a urnas vota por un candidato de un determinado partido, realmente por quien vota es por el partido y el candidato es simplemente una pantalla, una cara amable, un hecho propagandístico en sí mismo. Los partidos políticos confunden a los ciudadanos, que piensan que votan a personas, cuando en realidad están votando siglas.

Como no hay ninguna forma de rectificación, al menos durante esa legislatura, los ciudadanos deben pensar con esmero a quien apoyan con su voto, porque quien vota por López Aguilar, vota realmente por el PSOE que ha negado la crisis, que ha financiado los bancos, que ha logrado con su gobierno la cota más elevada de paro de este país. Quien vota por Mayor Oreja, también vota por las inconsecuentes actitudes de su partido el PP, el apoyo en el caso Gürtel, las luchas interinas de Madrid, y los despistes de Mariano Rajoy. Quien vota a Sosa Wagner, no sólo vota por el discurso de Rosa Díez, sino por la organización férrea de su partido por Carlos Martínez Gorriarán, con depuración de la inmensa mayoría de los que no han tenido en su vida carnet del PSOE y también de algunos que lo han tenido.

Recientemente hemos demostrado que por cada voto que recibe un partido político que alcanza el poder, supone de media la administración de 52.000 euros en unas generales, 64.000 en unas autonómicas y 14.000 en unas municipales. Multipliquen ustedes por los votos recibidos y les saldrá aproximadamente la cantidad que manejarán los partidos políticos por cada legislatura. Esta es la razón fundamental que les mueve.

La ideología, la gestión, la representatividad o todas las declaraciones de intenciones que en la mayoría de las ocasiones se quedan en agua de borrajas, son sencillamente propaganda. El PSOE ha tomado iniciativas contra los más débiles que no se atrevería a tomar el PP y el PP lo ha hecho contra los privilegiados, hasta donde no se atrevería jamás el PSOE. Hay un político que dice, no recuerdo su nombre, que la mejore forma de hacer dinero en una democracia es votar a un partido socialdemócrata, porque sus miembros tienen más ambiciones personales y se prestan a más chanchullos y que la mejor forma de regular la fiscalidad es votar a un partido de derechas, porque considera que la gente siempre gana demasiado, por aquello del calvinismo implícito. Quizás sea cierto, por lo menos está bien hallado.

En fin, cuando ustedes acudan a votar, háganlo con extrema desconfianza porque es seguro que les van a defraudar con su elección, diciéndoles que sin su participación corre peligro la democracia, vendrá la derecha o la izquierda que les conducirán directamente al infierno y la miseria, y si no votan por ellos les pasará lo peor, algo que ni siquiera pueden imaginar.

Realmente los partidos políticos tienen bien estudiada su propaganda, a la que dedican buena parte de los recursos de los que disponen. En una sociedad atenazada por la crisis, el paro, y en la que los únicos brotes verdes que comienzan a verse son los de la miseria, el PSOE hace un discurso fundamentado en la inoculación de miedo y tensión, en el providencialismo de que todos hijos míos cabréis bajo mi manto, y que a pesar de todo, si hubiera gobernado el PP aún estaríamos peor. El PP dirá que hay que votar para echar a Zapatero, el auténtico agente del mal, que nos ha hundido por completo, que ha puesto en peligro incluso la continuidad de España como nación, y que sólo se dedica a derrochar dinero entre sus amigos y afines, o para que los etarras no obtengan representación. UPyD ofrecerá el paraíso más barato, por arte de magia, la solución de todos los problemas, y la tierra prometida si es necesario.

En fin, todos venderán su producto de la mejor forma posible, pero ninguno irá al núcleo de la cuestión: hacer una reflexión sobre la política, sobre la representatividad, sobre las auténticas necesidades reales de los ciudadanos. Quizás sea una herencia del cristianismo, que los socialistas han decidido heredar, para hacer una nueva religión política, ante el descalabro acaecido tras el desastre del socialismo real en la Unión Soviética. En realidad, ninguna de las opciones se merece el respeto de un ciudadano medianamente informado, la política en nuestro país se ha convertido en pura propaganda, que sólo puede germinar en los sectores más desinformados o los más aprovechados de nuestra sociedad.

Votar en las próximas elecciones europeas es un acto que proviene más de la fe ciega, la confianza absoluta, el odio secular o el miedo a lo contrario por lo que nos decidimos, mucho más que de la razón ponderada, la observación de los hechos y las acciones, o el balance de resultados entre lo ofrecido y lo conseguido. Votar, en estas circunstancias es un gesto irracional, que evidentemente se corresponde con la expresión de la libertad de los ciudadanos y su confianza en que la democracia es el menos malo de los sistemas de redistribución de poder y riqueza. No votar es lo contrario.

No votar es decir que no se confía en lo que se ofrece, que se conoce que los intereses de los políticos son siempre personales, y que con el resultado de estas elecciones, gane quien gane, se seguirán dando vueltas de tuerca en el potro de tortura en el que nos han instalado a los ciudadanos. No votar es un hecho racional, nadie con dos dedos de frente compraría un alimento donde le han intoxicado, o una herramienta o instrumento donde ha comprado otro que se le ha averiado. Vamos, nadie en sus cabales, repetiría un crucero por el Caribe, en un barco que amenaza hundimiento y que le ha llevado previamente al Mediterráneo. Pero la magia electoral, la necesidad de creer, hace milagros, y el 7-J asistiremos nuevamente al maravilloso espectáculo de las reses conducidas al matadero de sus sueños, y que depositarán su sentencia de sufrimiento y deterioro en una urna, para que no ocurra nada peor.

A quienes hayan leído este artículo les recomiendo que se lo piensen un poquito más, votar por cualquier partido es legitimar un sistema corrupto, ilegítimo, e insidioso. No votar, no sabemos a que nos conducirá, pero entre lo peor sin remedio y cualquier cosa, la elección está clara.


Biante de Priena

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