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domingo, 1 de marzo de 2009

Por qué vamos a ayudar a Emilio Gutiérrez

Por qué le agradecemos que haya sacado a este país de su modorra política, enfrentándose contra una realidad de silencio y opresión, en la que el protagonista de esta historia ha pasado toda su vida. Emilio, ha vivido desde niño en ese ambiente viscoso que ha implantado la izquierda abertzale en el País Vasco, que han consentido los nacionalistas, y que hemos soportado estoicamente los demás durante cuarenta años.

Emilio, tiene 30 años, es un chaval serio, tranquilo, trabajador, y poco dado al protagonismo; habla castellano, inglés y euskera, se había comprado una casa y la estaba arreglando para irse a vivir allí con su novia, una chica de Rentería, hasta que los de siempre volaron la sede del PSOE del bajo y le reventaron los proyectos y la vida. No pudo resistir la presión ni un minuto más, vio como los clientes de la herriko taberna se reían al paso de la manifestación de protesta –otra más- que se había convocado en su pueblo, se fue al maletero de su coche, cogió una maza y se fue a desquitar contra el garito de los proetarras por haberle roto sus sueños, legítima defensa propia en un estado de inequidad e injusticia, como el que se vive en Euskadi desde hace décadas.

Este país se sorprendió por su singular coraje, tan acostumbrado a lamentos, miserias y resignaciones, e inmediatamente salió toda la presión acumulada contra el terrorismo en los ciudadanos que no asumimos que en España puedan ocurrir estas cosas, a las que desde la justicia, la sociedad y la política no se ha sabido o no se ha querido responder.

Emilio, no es un violento, nunca lo había sido hasta entonces, es alguien que no ha consentido que los violentos se salgan con la suya y les ha plantado cara, él solo, a rostro descubierto, a plena luz del día, ante todo el mundo.

Este chaval, que lleva toda su vida soportando la opresión social, el silencio implícito, la ausencia de libertad de expresión que han implantado en la sociedad vasca los proetarras, ha tenido un mal momento para él, pero su acción ha sido un detonador para una sociedad aletargada que inmediatamente lo ha convertido en su héroe, por haberles despertado del lago sueño de inercia y derrota.

Posiblemente, Emilio no quiera ser un protagonista de la Historia de España, pero no puede no serlo. Se ha convertido en un símbolo de reacción desde la resistencia y su vida nunca volverá a ser igual. En estos momentos está refugiado al calor de su familia y amigos, en algún lugar del mundo, pensando en lo que ha hecho, mientras muchos españoles estamos esperando su presencia pública para jalearlo, ensalzarlo, y convertirlo en nuestro ídolo. Y Emilio, lo único que quiere es que su vida vuelva a ser normal, algo que ya es imposible.

Este chaval que trabajaba como operario en una empresa de construcción ferroviaria, que maneja ordenadores en su trabajo, estaba a punto de marcharse a Finlandia a hacer un curso de perfeccionamiento con una beca que había conseguido, y tras muchos años de trabajo había logrado hacerse con una casa para comenzar una vida propia con su novia.

Sus padres están desarmados, su progenitor sabe perfectamente lo que es el País Vasco porque emigró desde Palencia para trabajar allí hace décadas, y había sido concejal de su pueblo por el PSE durante un par de legislaturas. En su familia saben que Emilio ya no podrá regresar a su pueblo durante mucho tiempo, y que con su acción se ha convertido en un exiliado más, porque está amenazado por ETA, que no puede permitir que nadie se rebele ante su tiranía, por si es el primero de muchos y les destruye el negocio de la independencia.

Ahora estamos en un compás de espera, hoy hay elecciones – como si las elecciones sirvieran de algo para cambiar las cosas en Euskadi- y su familia y asesores legales no han querido que los hechos protagonizados por Emilio puedan influir en los resultados, como si pudieran evitarlo.

En el blog de apoyo a Emilio que se ha formado espontáneamente, miles de ciudadanos han expresado su opinión sobre lo ocurrido y han brindado su ayuda moral y material a este chaval, que ha pasado a ser un proscrito de su tierra, por el régimen de amenaza y terror que allí se vive.

Emilio, tiene la cabeza bien amueblada, y no puede autoexcluirse de su hazaña, porque sería un acto de incoherencia que no se perdonaría en su vida, pero él no quiere ser nuestro héroe, no quiere que nadie le recompense lo que ha hecho, no quiere dejar de ser lo que es para convertirse en lo que nosotros queramos que sea, en el primero que le plantó cara a ETA tras la congelación política del asunto en la que llevamos años.

Le comprendo y le respeto, y creo que todos deberíamos hacer lo mismo, porque a medida que se convierte en nuestro héroe, más se transforma en objetivo prioritario de los criminales de ETA, más pondrá en peligro la situación de los seres que más quiere, más lejos estará su regreso a Euskadi. Me hago cargo del drama que está viviendo.

Pero precisamente por ello, no podemos dejarlo solo en estos momentos, debe convertirse en un protegido de todos los españoles, debemos brindarle toda la ayuda que pueda precisar, y facilitarle seguridad física y material a él y a su familia. Debemos hacer un muro humano a su alrededor, su vida nunca va a ser la misma y no podemos permitir que sea peor, después de haberse enfrentado contra unos miserables que imponen el terror a todos los españoles.

Si Emilio se ha jugado su vida y futuro como persona, con su gesto, también nos obliga a sus compatriotas a dar un paso adelante, a salir del letargo y a cambiar las reglas del juego que han impuesto los terroristas en el País Vasco, y eso es lo que no acaba de comprender la familia de Emilio, ni sus asesores legales, que lo que ha hecho “su” Emilio, también lo ha hecho “nuestro” Emilio, porque aunque lo haya hecho a título personal, lo ha hecho como uno de los nuestros, uno más de los que estamos hartos del terrorismo etarra y su régimen de opresión.

Así que vamos a ponernos de acuerdo y hagámoslo cuanto antes, si bien Emilio no quiere ser un héroe, ni quiere recompensa o reconocimiento por lo que ha hecho, nosotros somos libres de hacer lo que bien nos parezca, y por supuesto de ayudarle de la forma que sea, porque lo va a necesitar. Respetaremos su silencio, su discreción, y su ausencia, pero nadie puede evitar que hagamos lo que bien nos parezca para facilitarle la vida, para que además de haberse tenido que exiliar, no vaya a andar ahora con privaciones y dificultades que se sumen a su estado de amenaza permanente.

Sabemos, y él también lo sabe, que la única forma de que las cosas vuelvan a ser como antes de su reacción contra los promotores de la violencia, es acabar con lo que está ocurriendo en el País Vasco. Sabemos, que Emilio quiere lo mismo que nosotros, la paz en el País Vasco, que todo vuelva a la normalidad, que haya libertad de expresión en su tierra y que nadie tenga que exiliarse si se enfrenta a los etarras, pero también sabemos que hasta que eso ocurra, Emilio va a necesitar ayuda, y no de forma espontánea, sino continuada y prolongada, y por eso apoyamos con plena confianza, la iniciativa de la gente que se ha agrupado de forma espontánea en el blog que está reuniendo ayudas para hacer su vida menos difícil.

Emilio ha hecho algo inolvidable, y no podemos pasar página. Ahora, somos los españoles los que tenemos que hacer en su ayuda y bienestar lo que nos corresponde. No premiamos su hazaña, sencillamente compartiremos con él las consecuencias de su acto por vivir en un mundo anormal en el que unos miserables impiden que la gente que no se mete con nadie, que trabaja, que se esfuerza, que tiene ilusiones, y que no quiere saber nada de las telarañas del poder, tenga que salir huyendo de su tierra, mientras los criminales le esperan, por si regresa a su casa, para pegarle un tiro.

Es hora de que cambien las cosas, es posible: ahora o nunca.


Biante de Priena

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Crisis y estado de ánimo
ABC.-
JUAN MANUEL DE PRADA Lunes, 02-03-09
ENTRE el batiburrillo de paparruchas con que los politiquillos apedrean nuestro castigado entendimiento, de vez en cuando dejan escapar frases que, si bien han sido formuladas con la intención escapista y confundidora que los caracteriza, admiten una interpretación paradójica que explique exactamente lo contrario de lo que ellos pretendían hacernos creer. Con su habitual vocación sofística, el presidente Zapatero dijo en un programa televisivo: «La crisis es un estado de ánimo». Con lo que pretendía hacernos creer que los signos de derrumbe que por doquier nos hostigan -el paro galopante que devora hombres como un Moloch redivivo, la quiebra efectiva de los bancos maquillada mediante argucias que ya sólo se creen quienes desean ser engañados, etcétera- no son sino percepciones averiadas de un «estado de ánimo» propenso al pesimismo; y que basta con que nos abracemos al optimismo insensato de la idolatría zapateril para que todas estas calamidades se desvanezcan como por arte de ensalmo. Es rasgo distintivo de las idolatrías fundarse sobre «estados de ánimo» ilusorios; y también apelar a «estados de ánimo» ilusorios cuando la realidad se torna cetrina, para mantener en pie el embeleco.
¿Y sobre qué se ha mantenido en pie el embeleco de la idolatría zapateril? Pues, como todas las idolatrías que en el mundo han sido, sobre la promesa de un paraíso terrenal. Las idolatrías extirpan en el hombre la «vocación hacia lo alto», que es tanto como privarlo de fe en el futuro; y el hombre sin fe, desgajado de su futuro, necesita acallar de algún modo la amputación que la idolatría le ha infligido, necesita anestesiar el dolor de seguir viviendo mediante lenitivos de efecto inmediato. El lenitivo que la idolatría ha repartido a granel durante estos años, para anestesiar ese dolor incesante, se llamaba dinero: con dinero la idolatría ha mantenido a los hombres dóciles y adormecidos, voluptuosamente entregados a deleites que favorecían su ensimismamiento; con dinero la idolatría ha instaurado un paraíso terrenal de consumismo y hedonismo a granel, un reino de delicias universales donde cualquier capricho o apetencia era inmediatamente atendido, inmediatamente renovado, inmediatamente convertido en adicción. Ahora el dinero se desvanece súbitamente, como ocurre tarde o temprano en las idolatrías (que, básicamente, consisten en adorar un dios que no existe); y, con él, aquel lenitivo o anestesia que mantenía en pie el embeleco. Mientras se sostuvo la idolatría del dinero, los hombres hallaron el consuelo que en otras épocas buscaban en lo alto en el trasiego de la tarjeta de crédito; sólo que este consuelo era un sucedáneo que sólo creaba «estados de ánimo» ilusorios, exaltaciones y entusiasmos que ahora se revelan fantasmagóricos.
«La crisis desborda el diván», rotulaba ayer este periódico. ¿Dónde queda ahora ese «disfrute de la vida» al que nos exhortaban los señores ateos en sus campañas publicitarias de autobús? Pues en lo que quedan todos los paraísos de las sociedades idolátricas: en un carpe diem que arranca los capullos de las rosas mientras dura un «estado de ánimo» optimista; pero, cuando los capullos de las rosas se amustian, sobrevienen la depresión y la ansiedad, que son las boqueadas y estertores de los hombres que han apartado los ojos de aquella rosa inmortal que vio Dante. La crisis es, en efecto, un estado de ánimo; y los «estados de ánimo» son la condena de los hombres amputados que se fiaron de la idolatría y le entregaron su alma. «Estados de ánimo» de los que, por supuesto, los hombres no se liberarán tumbándose en un diván, sino recuperando la vocación hacia lo alto que la idolatría les amputó.
www.juanmanueldeprada.com

Anónimo dijo...

El sueño
ABC.-
FÉLIX MADERO Lunes, 02-03-09

HE soñado que hoy Emilio Gutiérrez vuelve a Lazcano sin la maza en la mano derecha. Que pasea por su pueblo y saluda a sus vecinos con normalidad: buenos días Ane, qué tal estás Jon. Sueño que Emilio no tiene que mirar hacia atrás cada vez que cambia de acera y entra a sacar dinero a un banco donde antes hubo una herriko taberna. Sueño con unos padres agradecidos con un hijo que ha sabido interpretar la ansiedad y aflicción de millones de españoles despistados, agobiados, paralizados por la normalidad que dicta la violencia repetida. Sueño con este hombre tan razonable que ahora proclama su arrepentimiento. Su esperanza de vivir sin ver su cara en los telediarios. Sueño que sueña Emilio con las calles de Lazcano limpias de pintadas y carteles donde le llaman fascista y piden cárcel para él. Sueño con que la Policía y la Fiscalía investigan quiénes son los que ponen los carteles.
Sueño con el País Vasco y con un presidente respetuoso con sus ciudadanos, con los que no le han votado también. Con los que dicen que son vascos tanto como españoles. O que no son nada. Con un lehendakari que no se hace trampas en el solitario y que lee los libros de Historia. Y que lo hace para no engañar, para no engañarse. Un presidente listo y silencioso, trabajador, inquieto y dispuesto a estar siempre al lado de las víctimas. Sueño con que ese hombre tenga determinación suficiente para no sentir miedo cuando diga: tú eres el verdugo.
Sueño con una Galicia dirigida por hombres que no tengan miedo a las preguntas porque tienen todas las respuestas. Incluso esa que sabe a azufre y vómito viejo cuando hay que responder a un periodista con un me equivoqué. Sueño que los veo lejos del boato y lo suntuoso, lejos del ladrillo y el yate.
Sueño que Rajoy ya sabe qué es lo que le pasa y qué ha de hacer un día como el de hoy. No tiene que esperar a las elecciones europeas porque ya ha pasado lo que tenía que pasar. Sueño, por último, con un presidente de España desdeñoso con las encuestas, lejos del cálculo político y capaz de confiar en sus ciudadanos más que en su Gobierno. Todo esto sueño. Y mañana, cuando despertemos, veremos. Eso mismo dijo un ciego que escuchó a Bob Dylan cantar: El ayer es sólo un recuerdo. El mañana nunca es como se espera.

Anónimo dijo...

Liberales (y 3)
JON JUARISTI Domingo, 01-03-09
EL espectro que hoy recorre España no es, con todo lo dicho, el del fascismo, que requiere amplios movimientos de masas, o sea, un proletariado sometido a disciplina militar, como el que Lenin heredó de los ejércitos zaristas y los totalitarismos de todo signo se empeñaron en copiar entre las dos guerras mundiales. El modelo se ha vuelto imposible, según admite Jonah Goldberg en su reciente Liberal Fascism (Penguin Books, 2007), cuyo título debe traducirse, habida cuenta del sentido de «liberal» en el inglés de América, por «fascismo de izquierdas». Goldberg parte del abuso del término «fascista» por la izquierda contemporánea para desacreditar todo lo que le fastidia, y le contrapone un fino análisis de las políticas progresistas americanas, desde el New Deal hasta la canonización de lo políticamente correcto, demostrando su parentesco profundo con los fascismos históricos, pero reconoce que falta en el cuadro lo que permitiría hablar de reproducción fiel: la movilización paramilitar. El ensayo de Goldberg, tan riguroso como ameno, demuestra asimismo honestidad intelectual cuando se niega a emplear contra la izquierda la misma retórica de la agresión de que ésta hace gala, limitándose a ponerle delante un espejo remoto.
El fascismo implica ethos bélico y culto a los mártires. Algo de eso hubo todavía en la socialdemocracia de la época de la Gran Guerra, que votó en los parlamentos europeos los presupuestos del rearme, y, sobra decirlo, en los muy militares partidos comunistas. Es evidente que la actual cultura política del progresismo excluye las marchas al compás de la Internacional y los choques frontales. Por eso resulta menos perceptible el despliegue de sus proyectos totalitarios, que procede mediante una demolición silenciosa, blandengue y administrativa de los contrafuertes de la libertad. Pero hay quienes lo notan. Unos, como Antonio Elorza, en El País del viernes, hablan de derivas autoritarias, de democracia en peligro y de necesidad de resistencia. La figura que propone para nombrar al espectro es arcaica, aunque aceptable: el «señor permanente», imagen del poder absoluto que comenzó a emerger en Europa allá por el siglo XIII. Otra cosa es que Elorza se haga un lío con sus avatares posmodernos, que cree descubrir en Chávez y Berlusconi, por no buscarlos más lejos todavía, pero el diagnóstico de fondo se sostiene: «... ese señor permanente, aun cuando subsistan las instituciones democráticas, dispondrá de los medios para someter el funcionamiento de las mismas a su voluntad, desfigurándolas». Más exacto y cercano parece el dictamen de Olegario González de Cardedal, el mismo día, en la Tercera de ABC: «No hay un modelo de ciudadanía que el Estado o el gobierno tengan el derecho de imponer y a partir del cual juzgar y valorar a los miembros de la sociedad. Ésa fue siempre la pretensión del absolutismo». Porque de eso, en efecto, se trata. De absolutismo, una categoría que pasó de la historia al pensamiento político liberal como sustrato común de toda forma de tiranía. El liberalismo no es ni ha sido más que antiabsolutismo.
Lo que, por otra parte, bien sabía Benedetto Croce, cuando escribió, en 1938: «Los antiguos regímenes absolutos proveían a sus escuelas de librillos edificantes; los regímenes semejantes de hoy los imitan y encuentran plumas dóciles a la tarea (...). Los regímenes libres no cuidan o desdeñan lo que se llama, sin serlo, educación, y a la que corresponde mejor el nombre de amaestramiento, como el que se practica con caballos, perros y otros animales». Es decir, Educación para la Zoología.

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