Catilina en La Moncloa

«Quousque tandem, Catilina, abutere patientia nostra?. Quam diu etiam furor iste nos eludet, quem ad finem sese effrenata iactabit audacia?» In Catilinam, I, I, 1

La frase pronunciada por Marco Tulio Cicerón en el senado romano quedó inmortalizada en la historia de la retórica como ensalmo contra los traidores. Lucio Sergio Catilina era un advenedizo, le describe el historiador Salustio con estas palabras.

Lucio Catilina (...) fue de gran fortaleza de alma y cuerpo, pero de carácter malo y depravado. A éste, desde la adolescencia, le resultaron gratas las guerras civiles, las matanzas, las rapiñas, las discordias ciudadanas, y en ellas tuvo ocupada su juventud. Su cuerpo era capaz de soportar las privaciones, el frío, el insomnio más allá de lo creíble para cualquiera. Su espíritu era temerario, pérfido, veleidoso, simulador y disimulador de lo que le apetecía, ávido de lo ajeno, despilfarrador de lo propio, fogoso en las pasiones; mucha su elocuencia, su saber menguado. Su espíritu insaciable siempre deseaba cosas desmedidas, increíbles, fuera de su alcance. A este hombre, después de la dictadura de Sila le había asaltado un deseo irreprimible de hacerse dueño del Estado y no tenía escrúpulos sobre los medios con los que lo conseguiría con tal de procurarse el poder. Su ánimo feroz se agitaba más y más cada día por la disminución de su hacienda y por la conciencia de sus crímenes, incrementadas una y otra con aquellas artes que antes he señalado. Le incitaban además las costumbres corrompidas de la ciudad echadas a perder por dos males pésimos y opuestos entre sí: el libertinaje y la avaricia. Puesto que la circunstancia ha traído a colación las costumbres de la ciudad, el asunto mismo parece aconsejarnos volver atrás y explicar brevemente las instituciones de los antepasados en paz y en guerra, cómo gobernaron la República y cuán grande la dejaron para que poco a poco se transformase de la más hermosa y excelente en la peor y más infame. (Salustio. La Conjuración de Catilina, V - Wikipedia)

Ayer, el presidente Zapatero habló en el Congreso para decirnos que aún vivíamos en el mejor de los mundos posibles que el había creado tras la destrucción de lo existente. Hoy, la bolsa ha vuelto a bajar, Trichet ha subido un cuarto de punto los intereses del BCE, las cifras del desempleo se elevan por encima del 10 %, el petróleo está a 146 dólares, y los alimentos básicos comienzan una subida irrefrenable. Una amiga Argentina me ha dicho que exactamente así comenzó la crisis de su país, que les dejó arruinados.

Hemos alimentado al dragón de la estupidez política, ahora ha crecido y necesita más recursos, y está dispuesto a arrebatárnoslos de nuestro bienestar. El precio que vamos a pagar por tener de presidente a Zapatero va a ser de inmolación popular. Con la crisis que vamos a vivir, la economía española de servicios va a seguir los mismo pasos que la de la construcción. Vienen tiempos difíciles y en La Moncloa tenemos un iluminado, que nos habla del futuro como si fuera un producto de sus fantasías, como si de su delirio se derivara la realidad. Demasiada soberbia, enorme la ignorancia, inusitada la estupidez.

Zapatero se ha alejado tanto de la realidad que resulta imposible aceptar sus propuestas desde la racionalidad más común. Estamos en circunstancias prerrevolucionarias, cualquier elemento nimio será suficiente para derribar el castillo de naipes del régimen socialista-nacionalista. El régimen está descontado económicamente. Sólo queda resistir y esperar el proceso político de descomposición natural. Primero caerán los más corruptos, luego todos los demás. Ya no hay retorno, más tarde comenzaremos de nuevo, una vez más, pero con una experiencia inolvidable de cuan sutiles son los límites racionales de la democracia.

La racionalidad es el único imperio posible, lo que nos arrebató la política, nos lo devolverá la economía. Así es el capitalismo, implacable, global, e inapelable, la mano invisible de Adam Smith expulsa del sistema a los cínicos, advenedizos y arribistas, que han utilizado el Estado en su propio beneficio y han traspasado las barreras de lo admisible, es cuestión de tiempo.


Erasmo de Salinas