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jueves, 31 de enero de 2008

Más Memoria Histórica - 14: "Ángel Ganivet"

No sé cómo hay socialistas del Estado ni de la Internacional; en España es seguro que la acción del Estado sería completamente inútil. Se darían leyes reguladoras del trabajo y habría que vigilar el cumplimiento de esas leyes: un cuerpo flamante de inspectores, es decir, de individuos que en virtud de una Real orden tendrían el derecho de pedir cinco duros a todos los ciudadanos que cayeran bajo su dirección. Un ministro muy formal, el Sr. Camacho, dijo que siempre que daba una credencial de inspector, creía poner un trabuco en manos de un bandolero. Y si para mayor garantía los inspectores eran de la clase obrera, entonces apaga y vámonos.

Les voy a contar a ustedes un cuento que no es cuento. Había en una ciudad, de cuyo nombre me acuerdo perfectamente, aunque no quiero decirlo, un orador socialista de los de espada en mano. Todos los abusos le llegaban al alma, y el que le llegaba más hondo era el de que se robase en el pan, "base alimenticia del pueblo". La idea del pan falto se le fijó en la mollera, y tanto fue y vino y tanto clamó y aun chilló, que el alcalde de la ciudad le llamó a su despacho, y después de una larga entrevista, en la que hizo gala de su amor al pueblo, a la justicia y a las hogazas cabales, le nombró inspector del peso del pan. Los panaderos faltones se echaron a temblar, excepto uno, el más viejo y socarrón del gremio, gran conocedor de sus semejantes, que dijo a sus compañeros: -"Ese es un ejambrío, y si queréis, yo me encargo de untarle la mano." Así se hizo, y desde entonces ya no le faltaban al pan dos onzas, sino cuatro; las dos de costumbre y dos más para untar al "hombre nuevo". -Todo eso se remediaría, diría alguien, nombrando un inspector superior con título para que meta en cintura a sus subalternos. -Ese nuevo inspector, contesto yo, no sólo se dejará sobornar, sino que exigirá que le lleven el dinero a su casa y que le oseen las moscas o le saquen los niños a paseo. Y tantos inspectores podríamos nombrar, que ocurriese con las hogazas lo que con las caperuzas del cuento del Quijote; las habría tan chicas, que habría que comerlas con microscopio.

Mientras el mundo exista, habrá hombres listos que vivan sin trabajar a expensas del público y los golpes irán siempre a dar en la hogaza, es decir, en la realidad. Ensanchemos, pues, esta realidad para que vivan todos, los listos y los que no lo son. Y esto se consigue reservando parte de la propiedad para usufructo común. Comunidades benéficas, de pósitos, de disfrute de montes y de pastoreo, etc., etc., según las condiciones de cada municipio, a fin de que el vecindario tenga le seguridad de que, no obstante albergar en su seno un considerable número de bribones, éstos no impiden que todo el mundo coma, por muy mal dadas que vengan.


De El Porvenir de España, Ed. Renacimiento, Madrid, 1912.
cartas entre Miguel de Unamuno y Angel Ganivet


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