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lunes, 17 de diciembre de 2007

Nacionacismo

Un prestigioso antropólogo que fue precursor de la ecología humana, R.A. Rapapport, estableció hacia los años sesenta que la cultura se inventa para darle significado a un mundo que en realidad no lo tiene. En este mundo relativista que vivimos, las verdades absolutas se han desvanecido prácticamente, por qué todo depende al final del color del cristal con que se miran las cosas. Es la mirada la que define la realidad.

La perspectiva, el criterio, los conocimientos, o la experiencia, juegan un papel imprescindible a la hora de evaluar los hechos. También el estado psicológico del sujeto que analiza es importante, porque se ha comprobado que hay mucha patología oculta tras la defensa de determinados pabellones políticos que se aproximan a la alucinación y el delirio.


Los nacionacismos que soportamos en España, son movimientos políticos delirantes que sirven fundamentalmente para que unos cuantos miles de ciudadanos nacionacis hayan alcanzado privilegios sociales y económicos, que jamás hubieran logrado en condiciones de igualdad de oportunidades.

El único hecho diferencial que existe entre los autóctonos y los adscritos, es el beneficio económico que disfrutan los privilegiados en sus respectivos paraísos feudales. Cuando un policía, un agente judicial, una enfermera o un maestro, ven primada su carrera profesional por haber nacido en un determinado lugar o por hablar la lengua del régimen, la Constitución española sangra. Revocar la inercia adquirida es muy difícil, porque la mayoría de los defensores del nacionacismo viven de él, es decir, a costa de marginar a los demás.

Los principales responsables de sus excesos en nuestro país, tanto sea en Catalunya, Galiza, o Euskadi, son los partidos mayoritarios, el PP y el PSOE, que con tal de mantenerse en la poltrona han pactado sobre y bajo la mesa la capitulación del Estado a cambio de los apoyos necesarios para gobernar, que es otra forma de colocar a los suyos en los pesebres correspondientes.

La política de confraternización con el invasor interno, al estilo del gobierno de Vichí, ha procurado muy buenos resultados para los partidos mayoritarios que han gobernado nuestro país durante los últimos treinta años, por eso resulta complicado que la vayan a abandonar. Todos los políticos se benefician social y económicamente de que el conflicto con los nacionalismos no se resuelva, por eso nadie tiene interés en solucionarlo.

Aunque poco tiempo queda para las metáforas, la alegoría del invasor interno remeda a la evolución de un cáncer, esa mutación del estado natural que termina acabando con la vida, tras un largo proceso de sufrimiento y dolor. Los nacionacismos son auténticas neoplasias, formación de tejidos anómalos que deterioran progresivamente el funcionamiento normal de cualquier organización vital o social.

Los síntomas son numerosos desde hace muchos años: chantaje, extorsión, asesinatos, amenazas, secuestros, ultrajes, violencia institucional en todas sus formas contra los españoles, en esa guerra menor, discreta y cotidiana. El Estado se ha desvirtuado por completo, porque ha renunciado al monopolio legítimo de la violencia que le caracteriza por derecho, para permitir las agresiones continuadas de sus enemigos. Los ciudadanos somos las únicas víctimas de su juego.

El grave problema que tenemos los españoles es que los representantes políticos que hemos elegido, han demostrado permanentemente su incapacidad para que prevalezcan los derechos de la mayoría sobre los privilegios de las minorías nacionacis, porque están más ocupados de defender sus prebendas sociales.

En estas circunstancias, los nacionacis no tienen nada que perder, y tensan la cuerda sin interrupción, sobre el cuello de los ciudadanos desarmados. Juegan a reventar nuestra democracia sin otras reglas que las suyas, mientras que los instrumentos que nos hemos concedido constitucionalmente para defendernos de su agresión permanecen congelados, porque ningún político se atreve ni a mentarlos, y mucho menos, a ponerlos en marcha, porque sería ir contra sus propios intereses.

Los ciudadanos estamos por tanto sometidos al imperio de la agresión de los nacionacis, pero afortunadamente cada día somos más los que hemos tomado conciencia de la representación teatral en la que vivimos ante la falta de represión legítima de las acciones desestabilizadores de nuestros enemigos.

Con el gobierno de Rodríguez Zapatero se ha alcanzado el punto culminante en la cesión de poder a los nacionacismos, en el diálogo con los terroristas de ETA, en la anuencia ante los Estatutos pronacionales, ante la agresión a los símbolos españoles, a la Corona, a los ciudadanos; en la ruptura de los pactos constitucionales extralegislativos entre el PP y el PSOE, en los cordones sanitarios, en los apoyos a los gobiernos separatistas que convocan referendos ilegales.

Ante la ausencia de protección de nuestros derechos por parte del Estado a la que estamos asistiendo los ciudadanos españoles y ante la agresión mantenida de los nacionacis, resulta legítima la autodefensa y la reagrupación de voluntades con el fin de proteger nuestros valores, intereses y principios, no hay contrato social que soporte la explotación de ventajas nacionacis en perjuicio de los ciudadanos.

Determinados territorios de nuestro país han sido ocupados por los enemigos de nuestra estructura política: el sistema democrático, la Constitución, la nación y sus símbolos, la Corona, el estado y sus signos, el sistema jurídico, y los servicios públicos han sido invadidos por los que pretenden hacer de su privilegio una norma.

España ha sido invadida por quienes desean su destrucción, ante estas circunstancias y la lenidad de nuestros gobernantes, los españoles tenemos el derecho y el deber de defender nuestra condición legal, que se fundamenta en nuestra identidad (nacional, histórica, cultural, y social). El último baluarte ante la agresión de los bárbaros y su entrada a saco, es nuestra Constitución, debemos defenderla y defendernos en ella, tanto de los agresores, como de los ineficaces representantes políticos que velan por nuestros derechos.

Es hora de que descendamos del guindo y plantemos cara a los mafiosos que se permiten destruir nuestra idiosincrasia para que la suya prevalezca, antes de que nuestro país se convierta en un gran campo de concentración, especialmente en las zonas ocupadas, y nos pongan estrellitas amarillas con reborde rojo.

Los ghettos han dejado de ser espaciales, para convertirse en económicos, políticos, sociales, y culturales. No podemos consentir que los que viven de su lucha contra España, reciban mejor trato social, económico, jurídico y político que los que vivimos exclusivamente de nuestro trabajo, por ser simplemente españoles.

Hay que acabar con la desigualdad para recuperar la libertad. Sólo hay una forma, aplastando a los enemigos, y expulsando del Parlamento a los que son incapaces de defender los derechos de los ciudadanos ante los privilegios de los tiranos, esa colección de inútiles que cobran todos los meses por contemplarse el ombligo.


Biante de Priena

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sr. Biante, ese es nuestro discurso, el de los españoles, esa es la realidad, la que han estado ocultando y todavía tratan de ocultar. No hay retorno, ese conocimiento es la mitad del recorrido para el triunfo de la Nación y sus ciudadanos nacionales.

Abajo los mangantes crápulas, parásitos y enemigos del pueblo español.

Viva la Libertad, Viva la Constitución, Viva España.

A por ellos, que son pocos y cobardes. A defendernos vamos.

Anónimo dijo...

Nacionacismo, ¿y la Z de Zapatero?, queda mejor NacionaZismo

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