
Así lo comentaban, indignados, altos mandos de la cúpula militar, ayer, después del bochornoso abucheo contra el presidente accidental, que tuvo lugar en el peor de los momentos: cuando el rey rendía homenaje a la Bandera y a todos los Caídos por España.
Recapitulemos los hechos: este pobre hombre que asume inexplicablemente el gobierno de España (quienes le votaron el 14 M deberían rendir cuentas por ello, pues son en última instancia los responsables de nuestro desastre político) llegó a la tribuna por detrás, con nocturnidad y alevosía, pasando por la calle Génova (donde está la sede del PP), y se quedó agazapado hasta que llegaron el Borbón y su vástago, todo un acto de miseria moral que no debería sorprendernos, pero inesperado para los más ingenuos; este individuo se escudó en el monarca y, lo que es mucho peor, en el acto más solemne y respetado de las Fuerzas Armadas, para evitar que le dijeran lo que es, manchando así la ceremonia, la fiesta nacional y el recuerdo de los Caídos.
No logró su objetivo, pues la gente le gritó, en el nombre de millones de españoles, que es un traidor y un indeseable, y que se tiene que ir, cuanto antes mejor. Pero logró destrozar el acto culminante y ensuciar, quizás eso fuera lo que buscaba en realidad, el ritual más importante de la vida política y constitucional española.
Mientras tanto, cuando la izquierda oficial destruye España y pisotea los símbolos de su legitimidad institucional, parece que en Zarzuela el jefe del Estado se queja del trato que recibe desde medios identificados con la derecha. Y es que algunos vitalicios y cortesanos no han entendido todavía que hay un contrato firmado desde hace treinta años; un contrato que compromete a las dos partes. Aviso a navegantes, mar gruesa.
Jorge Harrison
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