Cuando la casta política española
comienza a perder el respeto por sí misma, no importándole ni las leyes, ni las
instituciones, ni la Constitución, ni la
soberanía de los ciudadanos a los que, enfáticamente, trata de representar,
surge un interlocutor genérico al que dirigen su discurso: el estúpido necesario.
De esta forma se reducen todas
las diversidades existentes en un proceso de homogeneidad que permite la construcción
de borregos electorales, que acudirán a las urnas para apoyar a aquellos que
les salvan cada día de sí mismos, o a aquellos, que al contrario, pretenden "librarles" de los supuestos salvadores. El estúpido necesario, representado en
la mayoría silenciosa que demanda lo que la casta le ofrece, representa en sí
mismo al cuerpo electoral decapitado de todos los regímenes totalitarios.
La propaganda comienza por considerar culpables a los ciudadanos de la desmesura de los políticos: “verán
ustedes si nosotros nos equivocamos es que ustedes se han equivocado, porque
nosotros somos infalibles”; de su propia
situación: “si ha perdido su casa, si se ha quedado en el paro, si no tiene que
comer, es problema suyo, algo habrá hecho mal”; de los desmanes consecuentes: “si
hemos salvado las Cajas de Ahorros de las que todos los de la casta hemos
trincado, es para que no nos echen del euro, al fin y al cabo, este sistema
está hecho así, con una casta que vive de los demás y un sufrido pueblo que
sufraga sus excesos”; y por supuesto, de su vulneración permanente de las
leyes que imponen a los demás: “es normal que en este país hayan desaparecido miles de millones de
euros de dinero público, se haya traficado con influencias, se haya cometido
prevaricaciones y cohechos, todo eso es normal, y es la razón que justifica
que, en un futuro incierto, haya que modificar la Constitución, es inconcebible
que todavía algún miembro de la casta siga por los tribunales, la dictadura no
funciona”.
El estúpido necesario,
habitualmente no dice nada, pero observa como un búho como va desapareciendo de
la farsa representada cualquier atisbo de democracia que hubiera podido existir
en el pasado, acumula información sobre la lacra que supone la casta política representativa para su existencia, y por supuesto, va estableciendo un criterio de decisión
para el futuro desde el razonamiento que le asiste, en el que dirimirá sobre un escabroso dilema: ¿a quién elegiré para
que me robe, me maltrate, me considere idiota y me expolie con impuestos sin
fin. ¿A los que me dicen que la austeridad debe prevalecer mientras ellos
despilfarran? ¿A los que me dicen que lo social y lo público debe crecer para que
tengan más de dónde trincar? ¿A los que me dicen que hay que cambiarlo todo
porque tal como están las cosas, ellos no pueden robar, trincar, prevaricar y adquirir
privilegios como aquellos a los que aspiran a sustituir, incluidos los que
abogan por independencias?
Creo que la casta se equivoca en
esta ocasión, porque los estúpidos necesarios están en vías de extinción en
este país, exactamente igual que aquellos que consideran necesario que existan
ciudadanos estúpidos para poder continuar ejerciendo su tiranía, mientras
acumulan privilegios para sí mismos y reparten perjuicios para todos los demás. El tiempo de los depravados ha concluido, y se aproxima, sin duda, la ocasión para exigir responsabilidades por su desmadre a todos los miembros de la casta.
Enrique Suárez
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