Hay opiniones que muestran impaciencia y escepticismo ante el actual paisaje político español y sin embargo, lo andado en los últimos años es verdaderamente necesario para enjugar el tremendo problema que afecta a nuestra nación. Hemos conseguido describir con precisión la naturaleza de nuestros males, paso imprescindible para ponerles remedio.
Lo que en España ha dejado de funcionar es su Estado, no de Derecho, sino el propio Estado en todas sus dimensiones. Siendo la suprema representación político-administrativo-legal de la sociedad, está compuesto por instituciones de toda índole para ejercer sus funciones de forma armónica al mismo fin.
Las Cortes son Estado, pero en ellas se ha negado y hasta prohibido intervenciones de la oposición y se han votado presupuestos inconstitucionales o estatutos separatistas; los ayuntamientos son Estado, pero en ellos hay leyes que no se cumplen o peticiones fuera de nuestro ordenamiento; los gobiernos autonómicos son Estado, pero algunos piden la independencia en facetas políticas o actúan en rebeldía, en claro motín contra el poder otorgado y limitado; el aparato judicial es Estado, pero permanece atado a decisiones políticas y en muchos casos aberrantes, como los del TC o los del CGPJ.
Con estos ejemplos bastan para ver que el Estado español está descompuesto y no cumple su papel; peor aún: parte de ese Estado actúa contra otra u otras partes, demostrando él mismo su descomposición, inutilidad e incluso traición social.
El pacto constitucional y el Estado surgido de la transición política del 78 ha fenecido, por más que algunos se empeñen en mantener el cadáver en el congelador a ver si lo pueden resucitar. Y las consecuencias que de ello se derivan afecta también al sistema democrático que lo inspiró y al que sirve de justificación y sostén. Los españoles, ese pueblo soberano según nuestra constitución, no han votado en ningún programa de ningún partido las políticas que aplican en mayor o menor medida, por activa o por pasiva, todos esos partidos. La democracia española ha devenido en estafa pública, la constitución un papel arrojado a la basura, el Estado medio enemigo y el gobierno actual un felón nacional.
La solución teórico-histórica a esta situación la constituye un período constituyente. Desde hace tiempo ha aparecido, y en lo sucesivo deberá incrementarse, una cristalización política de las fuerzas sociales regeneradoras del sistema, pero en base a una renovación de la representación política de nuestra sociedad, no puede pensarse en el concurso exclusivo de aquellos que no han sabido e incluso están en contra de nuestra democracia, de nuestra constitución y de nuestras libertades y derechos, deberá hacerse contra ellos y no con ellos.
España necesita de manera urgente un nuevo Estado fiel a la nación y a sus ciudadanos, y a ello deben dedicar sus mejores maneras y talentos los ciudadanos españoles. Con todo, su lema será España, Nación, Constitución y Libertad. Este siglo ya nos toca.
Sebastián Hernández (estudiante)
Lo que en España ha dejado de funcionar es su Estado, no de Derecho, sino el propio Estado en todas sus dimensiones. Siendo la suprema representación político-administrativo-legal de la sociedad, está compuesto por instituciones de toda índole para ejercer sus funciones de forma armónica al mismo fin.
Las Cortes son Estado, pero en ellas se ha negado y hasta prohibido intervenciones de la oposición y se han votado presupuestos inconstitucionales o estatutos separatistas; los ayuntamientos son Estado, pero en ellos hay leyes que no se cumplen o peticiones fuera de nuestro ordenamiento; los gobiernos autonómicos son Estado, pero algunos piden la independencia en facetas políticas o actúan en rebeldía, en claro motín contra el poder otorgado y limitado; el aparato judicial es Estado, pero permanece atado a decisiones políticas y en muchos casos aberrantes, como los del TC o los del CGPJ.
Con estos ejemplos bastan para ver que el Estado español está descompuesto y no cumple su papel; peor aún: parte de ese Estado actúa contra otra u otras partes, demostrando él mismo su descomposición, inutilidad e incluso traición social.
El pacto constitucional y el Estado surgido de la transición política del 78 ha fenecido, por más que algunos se empeñen en mantener el cadáver en el congelador a ver si lo pueden resucitar. Y las consecuencias que de ello se derivan afecta también al sistema democrático que lo inspiró y al que sirve de justificación y sostén. Los españoles, ese pueblo soberano según nuestra constitución, no han votado en ningún programa de ningún partido las políticas que aplican en mayor o menor medida, por activa o por pasiva, todos esos partidos. La democracia española ha devenido en estafa pública, la constitución un papel arrojado a la basura, el Estado medio enemigo y el gobierno actual un felón nacional.
La solución teórico-histórica a esta situación la constituye un período constituyente. Desde hace tiempo ha aparecido, y en lo sucesivo deberá incrementarse, una cristalización política de las fuerzas sociales regeneradoras del sistema, pero en base a una renovación de la representación política de nuestra sociedad, no puede pensarse en el concurso exclusivo de aquellos que no han sabido e incluso están en contra de nuestra democracia, de nuestra constitución y de nuestras libertades y derechos, deberá hacerse contra ellos y no con ellos.
España necesita de manera urgente un nuevo Estado fiel a la nación y a sus ciudadanos, y a ello deben dedicar sus mejores maneras y talentos los ciudadanos españoles. Con todo, su lema será España, Nación, Constitución y Libertad. Este siglo ya nos toca.
Sebastián Hernández (estudiante)
1 comentario:
¡Fuera los politicuchos parásitos e inútiles!
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