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martes, 5 de junio de 2007

Personas con criterio ciudadano

La vida humana se devalúa paulatinamente en este mundo nuestro. El precio de la muerte se abarata cada día más en los países más pobres y el de la vida, se encarece cada día más en los más opulentos. Los ecologistas bien intencionados, se ocupan del medio ambiente, pero se olvidan que los seres humanos formamos parte del mobiliario natural de este mundo.

Nadie quiere ocuparse del ser humano, ni de su desarrollo en plenitud, quedando abandonado a su suerte como individuo, o como fragmento social, en este juego de ofertas y demandas del mercado, de clasificaciones espurias y etiquetamientos del Estado, de negaciones y negociaciones, de silencios y miserias.

La vida se desarrolla en un ambiente hostil, nos estamos intoxicando de realismo, y los sueños, que son el combustible de la esperanza, han comenzado a desaparecer de nuestro acervo. No cerramos los ojos para evitar las pesadillas. No nos atrevemos a soñar, nos da miedo desear, nos aburre vivir.

La nueva religión de occidente, es la que sirve a los intereses de los detentadores del poder político, económico, mediático y social, que no han aprendido jamás a respetar a su prójimo. Son los nuevos dioses que guían nuestros destinos. No consiguen todo lo que pretenden, pero pretenden todo lo que consiguen, que no es poco, y con nuestro consentimiento.

En un mundo sin valores, los seres humanos podemos ser contados y descontados como hormigas, sumados y restados, en relación a la utilidad que tengamos para el propósito de los que deciden. La única libertad que nos queda es la de producir hasta la negación de nuestra propia existencia y la de consumir lo que nos ofrecen, no lo que deseamos.

La devaluación humana como táctica del poder

La devaluación de la vida humana forma parte de un largo proceso, establecido de forma sinuosa e improvisada desde las organizaciones e instituciones que pretenden controlar nuestra existencia. Realmente, los seres humanos estamos siendo maltratados por las instituciones, por los medios de comunicación, por los intereses mercantiles, por una banda de aprovechados muy bien organizada.

El ser humano devaluado es fácil de controlar, como consumidor y como contribuyente, pero fundamentalmente como sujeto de derechos, que terminan limitándose a la participación política esporádica en las urnas, para otorgar quienes son los que se beneficiarán de nuestra participación política; por eso cada día hay más abstenciones, por eso cada día la gente desconfía más de los políticos, por eso cada día hay más sufrimiento, porque no queda ya esperanza en un cambio tan necesario.

Los humanos, transformados para nuestra clasificación, nos convertimos en sujetos de un preciso control por parte del Estado y por parte del Mercado, nos convertimos en una entidad extraña anómica y anónima, en números de una larga serie, que se van introduciendo y extrayendo de la sociedad según los intereses del poder, esa entidad metafísica que nos destroza la vida, y distorsiona nuestra existencia.

La autoridad del poder determina nuestra propia negación como colectivo, y en la unión de muchos está la fuerza necesaria para cambiar realmente las cosas, pero los que se benefician de este estado de cosas, se ocupan de que no seamos capaces de unirnos para hacerles frente.

La estrategia de respetar lo propio y lo ajeno

Por eso necesitamos recuperar el respeto por nosotros mismos, para que el Estado y el Mercado nos respeten, para poder competir por el poder con ellos, para mejorar el intercambio, para participar cada vez más de las ventajas de vivir en sociedad, y menos de sus inconvenientes.

En lo que concierne a nuestro país, debemos cambiar la política de transición y provisionalidad en la que vivimos desde hace treinta años, y a los políticos apoltronados que se ocupan de organizar todo este lío, orientados más o antes, hacia su propia supervivencia, que por la mejoría de las condiciones vitales de sus representados.

Solo nos importan las personas, decimos en Ciutadans, pero no como objetos de juego, que acumulados se transforman en votantes para la partida que disputan los poderosos, sino como sujetos de derechos y decisiones que determinan el curso de su propia existencia, personas libres, dueños de sí mismos y de sus circunstancias.

Personas que deciden que es lo que tienen que hacer los políticos, no que esperan pacientemente para ver que es lo que quieren hacer los políticos con sus destinos. Esas personas no son solo seres humanos, son ciudadanos, o lo que es lo mismo, personas con valores y un tremendo respeto por sus semejantes, personas con criterio ciudadano.

Solo con ciudadanos que representen los intereses del colectivo al que pertenecen, se puede erradicar la estupidez que gobierna nuestras vidas, para conseguirlo lo primero que debemos hacer, es pensar que es posible, luego convencernos de que es viable, y por último dar un paso hacia delante para encontrarnos con otros que han hecho lo mismo. Lo demás, será muy fácil.


Biante de Priena

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