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lunes, 21 de mayo de 2007

¿Lealtad al nacionalismo?

Hablar de lealtad en estos tiempos convulsos, resulta extraño. La lealtad ha de ser siempre a los principios, valores, o sueños políticos de las personas, no a las personas que se encargan de administrar los principios, valores o sueños de los demás.

La lealtad no debe adherirse al escenario en el que se representan las pretensiones políticas de las personas, sea un partido político, como es el caso, o una comunidad vecinal. La lealtad a las personas solo puede establecerse desde la coherencia, si estas personas han cumplido con determinados requisitos, entre los que se encuentra el respeto por sí mismos.


La lealtad es muy frágil, y cuando se contamina de intereses ajenos a los que le corresponden, cuando se desfigura en una mentira, o en una confusión intencionada, pierde por completo su sentido.

La lealtad requiere transparencia, porque se fundamenta en la confianza, y no en un fetichismo de la mercancía que transforme en apto para el consumo algo que se sabe tóxico.

La lealtad exige fe, fidelidad, un anticipo del futuro que traerá, y la lealtad exige también esperanza en que realmente será útil al propósito inicial, así como una inusual firmeza en la permanencia y vigencia de los factores que la demandaron, y no a ningún otro que se desvíe de la coherencia imprescindible.

Decía Hegel, que la negación de la negación es negación también, y recurro a su argumento para establecer una diferencia sustancial entre los que viven inmersos en comunidades nacionalistas y los demás. Los primeros, cuando no son nacionalistas, piensan como rivales del nacionalismo, antes que como demócratas, y eso es un error intenso e inmenso, que solo puede conducir al fracaso de la lucha contra las posiciones nacionalistas.

Determinar la realidad desde posiciones contranacionalistas, es posiblemente la más grave metedura de pata que puede cometer un demócrata. El territorio político delimitado por los nacionalismos, solo les beneficia a ellos, está organizado ex profeso para tal propósito.

A pesar de los esfuerzos de los nacionalistas, el nacionalismo y la democracia no tienen nada que ver, porque el nacionalismo es una forma elaborada de sectarismo, más desarrollada y civilizada, pero segregacionista y en una democracia no caben los sectarismos, porque sus elementos fundamentales perderían su auténtico sentido.

Todos los nacionalismos incipientes son feudalismos renovados, remozados para el consumo, pero no son democráticos, porque lo que se fundamenta en la desigualdad de origen termina siendo sectario, e impide cualquier proceso justo.

Negación de la negación es negación también, negar el nacionalismo también es una negación, y es un error grave no reconocerlo. Negar el nacionalismo, o erradicarlo, nos deja en el mismo injusto mundo que ha creado el nacionalismo, pero sin actores, sin obra a representar. Ese juego no permite la construcción de un mundo diferente, en el que el nacionalismo sea imposible, sino el apuntalamiento soportable de lo existente.

Todo nacionalismo niega la libertad a alguien, y he ahí el auténtico problema, que no se debe medir por el principio de a quien se la procura, si no por el de a quien se la niega. Y en una sociedad avanzada como la nuestra, en la que la xenofobia o el sexismo se considera un crimen, se acepta discretamente el nacionalismo por puro interés político, al menos en nuestro país.

La clave para la superación que los graves problemas derivados de los nacionalismos está en la democracia, el nacionalismo resulta imposible con una democracia plena, que llegue a todos los ciudadanos por igual, sin exclusiones, y ahí es donde Ciutadans debe presentar su gran batalla, porque realmente ningún partido político lo hace de verdad

Los partidos políticos de ámbito nacional asumen el nacionalismo como mal menor, siempre han pactado con ellos en el ámbito estatal, mientras que respeten los ámbitos particulares de los nacionalistas para que puedan imponer su ley. Los partidos nacionales y los nacionalistas NO SON DEMOCRATICOS cuando el nacionalismo está en juego, porque eso les permite seguir adelante a ambos, obteniendo beneficios diferentes, pero en plena simbiosis.

Por eso Ciutadans debe apostar por la democracia plena, incluso por encima de la lucha contra el nacionalismo, por que siendo realmente democráticos y manteniéndonos firmes en nuestros principios, estaremos rompiendo los esquemas del entramado existente;, mientras que yendo contra el nacionalismo, de la forma que sea, seremos dependientes siempre de sus desmanes y condicionamientos, y no independientes, autónomos y libres.

Hacer frente al nacionalismo desde la libertad, es posible; nuestro camino no debe venir determinado por los valores en que se fundamentan los nacionalismos, sino por nuestros propios principios.

Las posiciones más frecuentes en los partidos de izquierda, inducen a una estenografía contemplativa en cuestiones relacionadas con el nacionalismo, nunca ofrecen soluciones, sencillamente por que la izquierda española y el nacionalismo se sostienen mutuamente en sus principios, ambas fragmentan la realidad desde el sectarismos diferentes. Las posiciones de la derecha tradicional entran en confrontación total con los nacionalismos, negando su propia existencia, en vez de negar su carácter democrático, lo que también conduce a error.

Mi propuesta para Ciutadans, aboga por la superación del interregno transitorio de la política española, dejando atrás a la izquierda y a la derecha, al nacionalismo y al contranacionalismo. Transversalizando nuestra posición política y nuestras decisiones, en lo que se refiere a la aceptación de la pluralidad, y el rechazo de cualquier exclusión.

Solo con establecer los mecanismos que nos permitan ser plenamente democráticos y libres en este partido, será suficiente para conseguir nuestros objetivos. Superemos lo existente, siendo algo diferente a lo que existe.

Seamos capaces de crear un partido de ciudadanos, sin miedo a la libertad, sin miedo a la democracia, sin miedo a nosotros mismos y sin miedo a las otras formaciones políticas.


Erasmo de Salinas

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Echaba de menos artículos como el presente.
Coincido en que prohibir el pensamiento nacionalista no es respetar la libertad ajena. El dolor llega con los excesos y los fanatismos, verdadera lacra en nuestro país.
Por otra parte, sentir cierto orgullo patriótico puede ser aconsejable y hasta saludable. J.L.Molist

Enrique Suárez dijo...

Gracias, Sr. Molist

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