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lunes, 27 de noviembre de 2006

Las diversas muertes de Fernando Villaroel





A Albert Boadella, en la constancia.

Apenas hace un mes de la entrada de Ciudadanos en la realidad española, poco tiempo, es cierto, pero se puede hacer un pequeño balance de nuestra presencia en la arena pública de esta plaza profunda, de hemiciclos siniestros y mediocres, que ha desplazado del imaginario colectivo a la tradicional Fiesta Nacional.

En este país nuestro, donde siempre se han confundido las ágoras y los cosos, tres espontáneos han debutado en el Parlament de Cataluña, plaza triádica y mitrada donde las haya; el comienzo ha sido entre pocos maestros y muchas faenas, y su “princeps inter pares”, Albert Rivera, lo ha hecho en español (o castellano), con un discurso voluntarioso, de lances novicios y sugerentes.

Golpeando con la palabra, agilizando la cintura, mostrando la muleta, escondiendo la espada, y despejando la muerte del silencio con verónicas y chicuelinas, se va estrenando la vida y la esperanza, que no es poco.

ESPONTANEIDAD

Hace 25 años, en la plaza de Albacete, el 14 de septiembre de 1981, un espontáneo perdió la vida, o ganó la muerte, según se quiera. Se llamaba Fernando Villaroel, y ante los asombrados ojos de El Cordobés, y el respetable, saltó a la plaza; el toro, que no entiende de principios, se abalanzó sobre él, y le asestó dos espantosas cornadas, una de ellas en el cuello, que concluyeron con su vida allí mismo, en un charco de sangre alborotado.

Nada más se supo del chaval, pero las fotografías de la escena, permitieron que otro espontáneo, el periodista Manuel Podio, lograra una mención honorífica de la World Press Photo, en un concurso con la participación de 54 países y más de 900 reporteros.

No acabó ahí la cosa, por que el público reaccionó airadamente contra El Cordobés, acusándole de no haber acudido en auxilio del infortunado espontáneo. Manuel Benítez decidió entonces colgar los trastos, para siempre. La muerte, tan eludida, hizo trampas para concluir con la carrera taurina del último diestro genial. Todo ocurrió en Albacete, aquel año de golpes y traiciones.

JUVENTUD

Hubo otro Fernando Vilarroel, era colombiano, muy joven, al que llamaban “el perro cazador”, miembro de las FARC, el grupo terrorista. Su crónica necrológica escrita por alguien dice así:

“Tenía 13 años y había nacido en un pueblo perdido. Niño campesino pobre, solía trabajar en Puerto Asís y La Hormiga. Se llamaba Fernando y era experto en manejar armas, motos, carros y no conocía el miedo en el peligro. El niño guerrillero 'ejecutaba', mataba gente.

Fernando, 1,62 m, 55 kg, ojos claros, pelo café. Manos frágiles, dedos delgados, sonrisa atractiva y bueno para el billar. De vez en cuando se tomaba unos tragos: "Fernando era inteligente, expresa Luis Alberto, solo pasó por la escuela; lo adiestró un comandante apodado 'El Indio'. Él me dijo: 'Le tengo un chico, es como un perro cazador, solamente tiene que mostrarle la presa'. Cuando lo conocí, exclamó: 'Hágame sacar esta hijueputa muela, ya no aguanto el dolor comandante'.

A los 14 años, diezmó con pistola a los narcos de la banda 'Los Champas'; su fama para ejecutar fue temible. Era frío, peligroso y efectivo, mataba a alguien en el desayuno. Fue 'de élite' en las FARC, y lo apodaban 'el exterminador'. Se enredó en los hilos de la violencia y la muerte. Mató a policías, políticos, comerciantes, terratenientes, chulqueros y a delincuentes organizados. Pero se tornó irascible y rebelde; se perdió el control sobre él y su conducta fue psicopática.

"Pasaron meses y, si preguntaba por él, decían que andaba en una misión. Un día me enteré que dos compañeros lo llevaron al monte y no volvió más; quizá lo eliminaron por orden del Secretariado de las FARC. Nunca lo supe y jamás lo sabré". Fernando, el niño guerrillero, en tres años eliminó a 150 personas y desapareció para siempre cuando apenas tenía 16 años.”


No sé por qué he contado todo esto. Quizás por nostalgia, o tal vez por hastío. O por darle a la mezquina realidad en todos los morros, al borde del naufragio más estúpido, en este océano inmenso de miserias e intereses.

Si les soy sincero, creo que ha sido para poderles describir las distintas formas de suicidio entre las que pueden elegir los Fernando Villaroel que hay por el mundo, ese personaje fatal que todos llevamos dentro, en algún sitio; y que vive atrapado por el silencio, la anomia y la ignominia, hasta que un día se harta, y decide morir, matando y matándose, antes que todo se acabe.

Enrique Suárez Retuerta

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dedícaselo a Boadella, Enrique.

Creo que Albertín de Urquinaona llegará a ser un espada de primera, con tiempo y tesón. A pesar de la mirada negra del minimiura Montilla (con los cuernos serrados desde que nació, eso sí), no tiene mucho que temer de bestias tan poco bravas. Me preocupan más los silenciosos y discretos, con pasado de matador de barrio lliure, allí sentados entre moquetas, y que jamás han renunciado al odio. Cuestión de método, que diría Carpentier.

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